
Cocino cada día. Por aquí el hecho de que un hombre se mueva entre garbanzos y alcachofas sorprende, y mucho. Dos son las razones principales que me empujan: una, que me entretiene en sí probar a hacer cosas nuevas y dos, que me gusta comer bien. Pero bien, bien. Cosa que es culpa de mi querida madre y de mi amado padre, que me han malacostumbrado a un mundo de degustar pato con salsa de ciruelas un martes. Por dios, cómo echo de menos el pan casero de mi mamá.
De Japón quiero llevarme algunas cosas, y una de ellas será aprender a cocinar su rica gastronomía. Mi primer intento ha sido el proyecto de tempura que véis en pantalla. Por cierto, que curiosamente la palabra tempura procede del portugués, en concreto de tempero, que significa condimento. Gambas, calabacín, cebolla, pimiento y zanahoria rebozados con una harina especial (obsequio de la tía Mari), y pasadas levemente por un baño de aceite de oliva.

A mí me estuvo muy buena, pero claro yo soy el padre.
Cualquiera sabe.