A principios de diciembre hablábamos con ilusión de pasar fin de año en alguna paradisiaca playa de Bali, ya sabéis, por aquello de levantarnos en armas contra la injusta dictadura del invierno. No sonaba mal la copla: villancicos a treinta grados y con los pies llenos de arena. Entonces no tenía modo de sospechar que no sería yo el que decidiera dónde comer las uvas por docenas.
Una fría mañana de aquellos días, con las primeras luces, mi jefe me llamo a filas. Siempre con esa sonrisa y comprensión tan poco habitual entre los de su rango; siempre con su agradecimiento por bandera ante cualquier pequeño avance alcanzado. Quería informar a mi perplejo asombro de que debía acudir sin rechistar a una reunión científica en Alicante. Tan sólo unos días antes de Navidad, para que, según me dijo literalmente, "pudiera disfrutar de mi familia". No hay tiempo disponible para darle los gracias que merece a este señor por el trato que recibo. No hay forma humana de demostrarle el hogareño calor que siento a diez mil kilómetros de casa.
Tras un periodo breve de asimilación, se hizo la hora de reaccionar y planear bien la jugada. Decidí (por mayoría absoluta) no contar nada a nadie sobre este viaje y plantarme en la puerta de mi casa al más puro estilo almendro navideño. Tenía que aprovechar además para participar en el bautizo de mi sobrina Llanos y, si era posible, para disfrutar de toda esa gente de la península indispensable para mí. Tremendo viaje que me llevo de Tokio a Albacete pasando por bonitos lugares y mejores gentes.
Sería complicado explicaros todo lo vivido sin perder la compostura. Mejor os dejo con la crónica en imágenes, que no tiene desperdicio. Jurao.
Sería complicado explicaros todo lo vivido sin perder la compostura. Mejor os dejo con la crónica en imágenes, que no tiene desperdicio. Jurao.
¡Un abrazo grande y feliz 2012!