Después de vivir en un lugar nuevo durante algún tiempo, parece de recibo, además de adaptarse a las costumbres propias del sitio, aprender los aspectos positivos de la cultura que te toca compartir. En un principio no resulta sencillo; todo es nuevo y habitualmente eso nos satura. Pero una vez que somos capaces de comprender ciertos comportamientos, sería absurdo no recolectar lo bueno, hacerlo un poco nuestro, y conseguir así el objetivo de mejorar día a día.
En esta ocasión me centraré en lo bueno, pero con esto no quiero decir que no haya descubierto cosas negativas. Las hay, a docenas, pero de esas ya hablaremos otro día. Hoy hablamos de lo que me gusta, de lo que he aprendido y me encanta de aquí. Como ya os haréis una idea, ¡oh! inteligentes lectores, todo ello está basado en mi experiencia personal; lo que he podido aprender en el círculo social en el que me muevo, en la empresa para la que trabajo….por lo que cualquier parecido con la realidad de otro individuo sería, probablemente, mera coincidencia.
1.- Respeto y responsabilidad
El respeto es el icono de los japoneses en todo el mundo, y esto no va a pillar por sorpresa a nadie. Pero aunque bien sabido, no deja de ser un gustazo poder disfrutarlo cada día. Hay mucho (mucho, mucho) más respeto en este país que en ningún otro donde haya estado. En el trabajo, entre amigos, en la propia calle e incluso, por ejemplo, practicando deporte. No oirás un tono de móvil en el metro, ni te molestará nadie por la calle con alguna milonga. Aquí todo el mundo es igual de importante, y no se debe molestar al vecino por el beneficio propio. Eso no quita que haya excepciones puntuales: irrespetuosos haberlos, haylos.
De la mano de ese respeto pasea la responsabilidad nipona. No recuerdo haber tenido que dar mi tarjeta de crédito para reservar un hotel nunca. Ni reservando para mí, ni cuando lo hago para treinta personas. Si digo que voy, es que voy, y si no puedo ir aviso con suficiente antelación. Cuando eso pasa, te dan las gracias por la cancelación y te invitan a acompañarles en otra ocasión. Estas situaciones sólo pueden funcionar cuando la mayoría de la gente es responsable y respeta el oficio y el esfuerzo de los demás. Y doy fe de que la cosa funciona y que es un placer que las cosas sean así.
2.- Perfección en el servicio
Seguro que no os resulta rara la situación de ir a tomar un café a un bar cualquiera, o a echar gasolina en el coche, y encontraos al típico dependiente maleducado con cara de vinagre al que parece que le haces un favor por comprar en su comercio. No es lo habitual, pero pasa en muchos sitios del mundo con más frecuencia de la debida. Gente que debería atender al cliente correctamente y en lugar de eso te estropea el día con un detalle desagradable. Pues amigos, eso creo que en Japón no me ha pasado todavía. Aquí casi todo el mundo es muy profesional sea cual sea el trabajo que desempeñe. Vas a una cafetería y tienes 5 personas corriendo como descosidos para servirte el café cuanto antes, en las mejores condiciones, con una educación envidiable y, si ese día tienes suerte, con una bonita sonrisa de oreja a oreja.
Os contaré una anécdota del primer viaje
Albacete-Japón Express que explica muy bien a lo que me refiero. Cuando llegamos
al hotel tradicional de
Nikko, el director del establecimiento pasó a saludarnos antes de empezar la cena. Lo sorprendente del asunto es que se había preparado un pequeño discurso de bienvenida ¡en español!. Y sin haber estudiado jamás una palabra en nuestro idioma se las arregló para estar un par de minutos hablando. Increíble.
3.- Te digo que no sin decírtelo
Término conocido como
Haragei (leer este artículo de Japonismo), y que yo considero más un arte que una habilidad. Se trata de una parte de la comunicación japonesa mediante gestos o insinuaciones pero sin expresar lo que se siente con claridad. Las primeras veces me las comí con patatas claro. Pedía ayuda a un compañero de trabajo para un experimento y él me decía
"sí, sí….creo que mañana puedo…aunque es un poco difícil…" mientras ladeaba su cabezón 36 grados este. Y al día siguiente a la hora acordada estaba yo allí sólo haciendo el curro porque resulta que mi compa, que me había dicho que sí, en realidad me estaba mandando a
Cuenca, por la parte sur concretamente. Pero ahora ya no, ahora ya domino la técnica milenaria de
"me río de tí y no te das cuenta", y la utilizo a mi favor cuando alguien me pide algo incómodo de hacer. Y oye, va la mar de bien.
4.- Las cosas no son lo que parecen
Y es que cada cultura es un mundo. Los gestos tienen diferente significado en distintos países: la manera de contar con los dedos, la forma de señalarse a uno mismo, la de expresar conformidad o, la tan manida costumbre de hacerle saber a alguien
"que se puede ir a tomar por culo en cuanto tenga un ratejo". De la misma forma la percepción de los colores puede ser también diferente. Para los japoneses el color que nos da paso en un semáforo es azul (ao-青) y no nuestro verde que te quiero verde (midori-緑). Ocurre lo mismo cuando nos referimos a una fruta inmadura, para nosotros está verde, y para nuestros coleguitas orientales es azul. Todo ello tiene una historia fantástica, que podéis leer con detalle
en este artículo de Kirai.
5.- Hospitalidad
Es otro de los tópicos al hablar de cultura japonesa, pero una vez más no debemos pasarlo por alto sólo porque sea conocido. Por lo general se es amable y cordial con el extranjero y, además de por la entendible curiosidad por lo exótico, tienden siempre a hacer que nos sintamos cómodos en un país que no es el nuestro. No os extrañe estar en un bar tomando una cerveza y que se os acerque alguien simplemente para saber más de vosotros, o simplemente por poder tener una conversación con las tres o cuatro palabras que conocen de otro idioma. Al contrario de lo que podría parecer, no resultan pesados ni molestos, ya que normalmente aplican aquí también la educación y el respeto de los que hablábamos anteriormente. Antes de acercarse y después de haberse ido, os pedirán disculpas trescientas veces pares por si os han molestado en algún momento. Haciendo además repetidas veces lo que explico en el siguiente punto.
6.- Sanas costumbres: agachar el lomo y descalzarse
Me encanta el asunto de las reverencias, ya que me parece una forma muy elegante de mostrar respeto a la persona que tienes delante. Lo hago a todas horas: cuando alguien me abre una puerta, cuando me presentan gente nueva o cuando le cedo a una señora el asiento en el tren. Tened cuidado porque una vez que te picas puedes quedar enganchado para siempre. Y así me podéis ver en situaciones cómicas agachando el lomo cuando voy conduciendo en la moto y alguien me cede el paso (o devolviendo el gesto a la señora a la que dejo cruzar en un paso de cebra), o hablando por teléfono o por skype pegando unos cabezazos que ni en mis mejores tiempos mozos.
Quitarse los zapatos antes de entrar a una casa o un restaurante es otro acierto en todos los sentidos. Por un lado, consigues no introducir la suciedad de la calle, y por otro, es más cómodo caminar descalzo cuadro te acostumbras a ello. Y todo hay que decirlo, de rebote uno cuida bastante más la integridad de sus calcetines, por aquello de la vergüenza.
7.- Gastronomía
Tengo el pico fino, eso es así. Siempre me ha gustado comer bien, y es algo que me viene de fábrica. No necesito mucho; prefiero calidad a cantidad. Tampoco tengo problemas con ningún alimento, pruebo lo que me pongan en el plato, y ya decido después si me gusta más o menos. Antes de venir había comido poca
comida japonesa, pero desde que estoy aquí
soy un adicto a comer japonés. No hay semana que no coma
sushi o
sashimi; me flipa el
ramen, el
udon, la
tempura, el
okonomiyaki, el
kusiage, las
gyoza y prácticamente cualquier plato de su gastronomía. Antes los comía porque vine aquí a vivir y es lo que había, pero ahora disfruto de ello tanto como de la gastronomía española. Y también me ha dado por el té verde (cosa que en la vida imaginaba que pasaría) y por algunos tipos de
sake. Los japoneses disfrutan muchísimo de la comida (propia y ajena) y forma parte importante de sus vidas. Así que yo, igual.
8.- Relaciones laborales
Esto es algo más a título personal, porque depende de la experiencia de cada cual, pero al fin y al cabo es algo que he aprendido aquí. En el país donde la jerarquía en el trabajo es un referente, a mí me han tocado los dos mejores jefes a los que uno puede aspirar en cuanto se refiere al trato personal. Ni haciendo un esfuerzo hercúleo podría recordar una sola vez que me hayan faltado al respeto en estos tres años.
Los dos son completamente diferentes: uno de ellos es afable, educado, cariñoso y se desvive porque te encuentres cómodo trabajando. El otro es más despistado e independiente, pero no oirás jamás una mala palabra de su boca, es muy natural y posee el don de la empatía: si yo estoy contento o disfrutando por algún motivo, se alegra instantáneamente por ello y además me lo hace saber, por si no me había enterado. Estos jefes no son de los que deciden que hay reunión a las cuatro y punto y se acabó, sino que te preguntan educadamente qué tal te iría sobre las cuatro, y que si tienes algo que hacer buscamos otro momento sin más problema. Estos jefes son de los que te dicen que si estás cansado, que te vayas a casa que lo primero es sentirse bien. Estos jefes son de los que disfrutan cuando les cuentas lo bien que fueron tus vacaciones, en lugar de ponerte todas las trabas y malas caras del mundo cuando quieres cogértelas. Estos jefes son los JEFES, y los quiero mucho y jamás podré estar lo suficientemente agradecido por todo lo que han hecho y siguen haciendo por mí.
9.- El chorrico
Es inconcebible que
el váter japonés no haya ya conquistado el mundo entero. Aunque por lo general provoca algún recelo entre los que lo prueban por primera vez, la mayoría acaba rendido a un invento tan simple como higiénico. Muchas son las funciones novedosas que presenta este artilugio creado por los dioses: tapa que se abre y cierra automáticamente (que evita la eterna discusión entre sexos), música ambiental para amortiguar los incómodos sonidos corporales, chorro de agua de posición y temperatura regulables (según la ubicación del ojete de cada cual), asiento con calefacción para las crudas mañanas invernales o aire caliente para dejarte listo y limpio para el resto de la jornada.
10.- Tranquilidad
Dejo el último punto para lo que más me gusta de vivir aquí: la tranquilidad. Esa es la sensación que tengo el 99% del tiempo. El índice de delincuencia es tan bajo, que en este tiempo aquí no he podido siquiera percibirlo. Nunca pasa nada malo: no te roban, nadie te intimida y, en general, se puede disfrutar de la vida sin incidentes importantes.
Mi moto está siempre aparcada sin candado en la calle y en ocasiones (por desgracia demasiadas) con las llaves puestas porque se me olvida cogerlas. La puerta de casa muchas veces se queda abierta y por allí no entra ni un gato pardo, y mi portátil se queda en las mesas de la cafetería mientras yo voy a pedir algo o al baño sin amo que le cuide. También puedes dormir plácidamente en el metro sin miedo a que te roben (ver foto). Todas estas cosas y muchas más hacen que vayas relajándote poco a poco, que desaparezca el estrés, y que entres en un estado superior de confianza que va genial para el día a día.
Y eso, no tiene precio.