Espero paciente a que la señora abronque a su marido mientras tapona el pasillo. Le sobran los motivos. Encuentro al fin un hueco para mi maleta. Pido paso y apoyo el culo en el asiento del centro. Un chico de unos treinta a mi diestra, enfrascado en su lectura, y una chica más joven con la mirada perdida, a mi izquierda. Se llama Cristina. Aunque algunos no tuvieran suficiente fe al final nos hemos sentado todos.
Repaso un artículo científico intentando matar el tiempo. Pero me entero de que ya me puedo quitar el cinturón y decido que ya está bien de trabajar. Me pongo a ver un episodio de "Perdidos" (muchacho qué vicio). Cristina mira sin disimulo así que le ofrezco compartir los cascos. Se pone roja y declina mi invitación disculpándose. Sólo llevamos media hora volando pero nos ponemos a hablar como si nos conociéramos de hace tiempo. Lo que cuesta a veces mantener conversaciones de ascensor y lo sencillo que resulta cuando conectas con alguien.
Va a visitar a su novio que está de Erasmus en Milán. Empiezo a rayarla con mis reflexiones sobre las relaciones humanas. Me gusta hacer pensar a la gente sobre teorías apocalípticas. No lo puedo evitar. Me cuenta historias por las que ya he pasado y vuelto a pasar. Charlamos todo el viaje como si fuéramos amigos y yo tengo que pedirle varias veces que baje la voz porque grita como una loca sin importarle de lo que vaya la conversación. Bendita inocencia.
Recogemos la maleta y nos deseamos suerte. Estoy en Italia y los Alpes me esperan.
Pensaba que tendría que esperar a llegar allí para empezar a disfrutar.
¡Un abrazo!