Son sólo las siete de la mañana y el subteniente Carlos Rodríguez desayuna en silencio junto a su mujer y sus dos fieras. No es más que otro día. Hace ya diez años que Carlos trabaja en la Policía Federal mexicana. Es un hombre robusto, de gran talla y con un bigote que le da carácter a su curtido rostro. Besa a los niños antes de empezar la jornada, pero no así a su esposa. Antes lo hacía pero hace ya años que no, y parece que a ninguno de los dos les importa.
El sonido del motor del Dodge le devuelve a la realidad. Hoy le toca patrullar por la carretera que une Palenque y Chetumal. La ilusión con la que empezó en sus inicios como agente se han esfumado a la misma velocidad que el cariño de su mujer. Mientras deja pasar el tiempo juguetea con un radar de mano apuntando a veces a los coches, a veces a los viandantes. De repente despierta del letargo sobresaltado por un coche rojo que pasa delante de él a toda velocidad. 138 km/h ha detectado por casualidad el aparato. Sale tras él sigiloso. Lo persigue durante algunos kilómetros más. Va más rápido de lo que debe constantemente. Acelera para alcanzarlo y pone luces mientras indica al vehículo que se detenga.
Se baja la ventanilla y allí está el señor Rodríguez. El que narra le da los buenos días educadamente sabiendo la que me viene encima. Papeles y permiso de conducir. Todo en orden. -Salga del coche-, me dice. Los demás hacen por salir pero les indica que sólo el conductor. ¡Ayy!, que me parece que me quiere hacer pupita. Me retira unos metros del resto:
Subteniente.-¿Sabe que iba usted un poco deprisa?-
Chiqui. -¿Ah si?, pues ni me había dado cuenta- [Cara de idiota]
S.- Pues iba a 138 por una zona donde se podía ir sólo a 80. Y después le he seguido y todo el tiempo sobrapasaba la velocidad permitida.
C.- Pues ya lo siento, no me había dado cuenta, aunque es lo que tengo que decir claro-
El señor es muy educado y aunque vaya a empapelarme lo está haciendo con un estilo impecable. Así da gusto. Me hace acompañarlo al coche patrulla para mostrarme que no miente. Me enseña el radar, que debe tener 50 años, con mi vuelta rápida.
S.-Lo siento, pero tengo que multarle-
C.-Lo entiendo, lo que es justo es justo-
S.-Pues son 2500 pesos (150 euros), pero al tener usted permiso extranjero debe abonarmelo en metálico en la comisaría del pueblo más cercano.
Las cosas se están poniendo muy feas y este hombre nos va a hacer perder todo el día. Le explico que estamos de vacaciones, que somos extranjeros, que no nos enteramos de nada. Lo típico. Carlos cambia el semblante y parece querer decirme algo. Algo había oído sobre esto pero no pensé verme en esta tesitura. Probemos.
C.-Y...¿no podríamos arreglar esto de otra manera?- [Me mira con ojos de pillín]
S.-Hombre si me pagáis aquí serían 1250 pesos. Puedes ir al coche a buscar el dinero-
Flipando voy al coche y entre los tres conseguimos reunir 50 pesos. Este hombre se deja sobornar pero si vuelvo con 3 euros me a va a pegar. Vuelvo y se queda mirándome anonadado con mi presupuesto. La cosa coge tintes subrealistas.
S.-¿Lleváis drogas en el coche?-
C.-No,no- Contesto asustado.
S.-No, lo digo porque si lleváis lo podemos solucionar con drogas-
No me puedo creer que me esté proponiendo sobornarlo con drogas. Me dice que vaya al coche y traiga por lo menos 500 pesos. No tenemos más pero a Thompson se acuerda que tiene algunos euros todavía. Con ellos regreso y consigo que acepte dejarnos ir por 15 euros.
Mucha gente habla de ello, pero nosotros pudimos probar de primera mano el peligroso sabor de La Mordida.
¡Un abrazo!