Aunque para entender todo debidamente deberíamos sin duda empezar por otra historia muy distinta.
Mi amigo Kike me hizo una visita express hace algo más de un año. El país del sol que nace lo dejó perplejo y anonadado, y desde entonces en varias ocasiones me había amenazado con volver. Y este elemento es de los que cuando dice algo, lo cumple. Así, el tío
Kike miró a la cara al puente de diciembre y le dijo que era hora de pagar la cuenta. Para repartir la factura decidió liar a otro mono,
Antonio (el Sr.Thompson), que a su vez consiguió enrolar en la expedición a un tercer marinero:
Chema. El daño estaba hecho; billetes sacados vía
Moscú para pasar diez días con
el Tío Chiqui en Japón.
No podíamos estar más errados. De repente recibí uno de esos tristes correos; la empresa de
Kike le mandaba por trabajo a
Brasil exactamente en esos días y tenía que cancelar su visita (previa pérdida del billete). El viaje quedaba descabezado con la baja del promotor, y sólo eran ya dos los elegidos. Menos mal que
ni reserva de hoteles ni de nada habían hecho hasta la fecha. Desde
Barcelona y
Madrid,
Chema y Antonio respectivamente cogían sendos vuelos para enlazar con el mismo avión en
Moscú. Los problemas no habían hecho más que comenzar;
Chema llegaba con retraso y perdía la conexión, por lo que debía esperar 24 horas para coger el siguiente vuelo. Así que el sábado por la tarde, de tres valientes tarados me llegó tan sólo uno (y acabado), el que fuera antes conocido como
Sr. Thompson.
Para rizar el rizo, la llegada de los monos me coincidía con
la media maratón de Yokohama este domingo, por lo que yo tenía la cabeza en otro sitio bien distinto a la preparación de la carrera. Con todo lo acontecido, las cosas estaban con que tenía a mi amigo sólo, así que, dados sus antecedentes de absurdez y locura, decidí proponerle correr el domingo conmigo, a lo que aceptó encantado sin pensar en las consecuencias y sin preguntar las condiciones. Correría sin dorsal, con unas zapatillas mías que le estaban pequeñas, la camiseta del
Albacete Balompié y sin un sólo entreno en sus espaldas las últimas semanas.
A las seis de la mañana tocaron diana y nos pusimos con el desayuno continental. Teníamos que estar a las ocho en la estación de
Kannai para encontrarnos con
Dani y Luis, que completaban el quinteto de cuatro corredores españoles. Y digo cinco porque todos teníamos claro que
Oskar, que desgraciadamente se había roto un brazo la semana anterior, corría con nosotros ese día desde su casa. El equipo jamás abandona a nadie, y mucho menos, si
es uno de los nuestros.
Un poco aturdidos por los nervios nos dirigimos a la salida caminando. Debíamos ser los últimos en llegar, porque aquello estaba ya atestado de gente preparándose con ilusión para el pistoletazo que marcaría el inicio. Y el final de meses de preparación y esfuerzo de todas aquellas personas. Me sorprendió ver a gente calentando más de una hora antes de empezar. Yo decidí ahorrarme todos esos pasos, ya que estaba seguro de que me harían falta más tarde. Buscamos entonces un trozo de suelo para ponernos los dorsales y finiquitar los últimos detalles. Todo estaba listo; camiseta de la selección, banda japonesa, chip en la zapatilla y el saco que había estado llenando con kilómetros de sudor colgado de la pierna izquierda.
Cuando estuvimos preparados nos pusimos en la salida para esperar nuestro turno. Era increíble ver a todo aquella gente sonriendo, ilusionados, aplaudiendo cuando por megafonía iban indicando que quedaban diez minutos, cinco minutos, un minuto.
Ya estábamos corriendo entre una marea de gente. La misma marea que no nos dejaba coger el ritmo que habíamos previsto tomar desde el principio. Con el enorme
Luis a mi derecha como lo habíamos estado entrenando. Y así fuimos, charlando de todo y nada hasta el ecuador de la prueba, sin casi darnos cuenta de que llevábamos mejor tiempo del que nos hacían saber nuestros pulmones.
49:16 fue nuestro paso por los
10 km. Buen ritmo y buenas sensaciones para afrontar la segunda parte de la carrera. Por detrás,
Antonio y Dani venían también juntos y cada vez más motivados.
En el km 14 llegó el temido divorcio.
Luis tenía fuerzas para irse a subir
el Fuji y yo le allané el camino para que demarrara y me esperará en la meta con un
Aquarius y un par de abrazos. Era el momento adecuado para calzarme los cascos, y empezar a escuchar todos esos mensajes de ánimo que desde el miércoles no habían parado de llegar. Y que en ese momento tan buena falta me hacían. Joder, menuda sensación tan extraña la que pude vivir: con un gran cansancio y con las piernas comenzando a doler seriamente, y riéndome y emocionado como un niño con lo que me llegaba por los auriculares. Seguro que a más de uno que me crucé le debió parecer raro ver a aquel extranjero que sufría y reía al mismo tiempo.
Hubo canciones, hubo chistes, insultos y ánimos. Y cada uno de ellos marcaban para siempre los kilómetros que iban cayendo a mis espaldas...17...18....19. Oí cantar a
Merche, y hasta tocar el piano para mí a
Diego. Escuché sin aliento el aliento
de Emilio, de Rodri, de Eva, de
Nur,
de Guille,
de Andrés, de
Iguana, de
Elenica,
de Felipe, de
Dani,
de Maty,
de Ale y de Marina. Y hasta de
un robot viajero. Tuve que afinar mi inglés y japonés para disfrutar de las locuras que me decían
Mami,
Gami o
Hamano. Me estuve descojonando con las coñas de
Oskar, Lorco,
Xavi, Bea y
Nerea. También con el inconfundible humor manchego de
Priscila y Paco. Me tuve que acordar por fuerza de cuando los monos
Nica y Joel vinieron a verme hace ya demasiados meses. Me emocioné con las palabras de apoyo de
mis sobrinas, de
mis primos machos, de
mis hermanicos, de
mi padre y de
mi madre.
Y con todos vosotros a mis hombros paré el cronómetro en 1:42:20. Acabado pero muy satisfecho.
Y pensando desplomado en el suelo cuál sería la próxima.
¡Muchísimas gracias por vuestra ayuda!