Nos retrasamos por unas cosas u otras y, aunque no salimos demasiado tarde de
Tokio, la noche ya se cerraba sobre las vías de la estación de
Shinjuku, cuando alcanzamos el andén que nos prometía llevarnos tan cerca como fuera posible del monte sagrado. Tras unos buenas ratos de conversación en trenes locales, llegamos al fin a
Kawaguchiko, donde tras cuatro palabras y seis gestos nos enteramos de que el transporte público se había ido a dormir, y que el taxi era nuestra única opción para ir hacia el hostal que habíamos reservado para pasar la noche.
Bordeando
el lago Yamanaka fuimos a parar a la entrada de un camino, donde un cartel indicaba la localización de nuestro
ryokan. A la mañana siguiente iríamos a animar a
Oskar, que corría la media maratón del
Fuji, a sólo unos kilómetros de allí. Con un poco de suerte, incluso llegamos a tiempo de cenarnos un
ramen en un restaurante aledaño al hotel, y de comprar unas cervezas para disfrutarlas sobre el
tatami un poquito más tarde.
No recuerdo a qué hora caímos rendidos en los
futones, pero si que sé que a las 5 de la mañana, con las primeras luces del alba,
Guillermo y yo nos asomamos al ventanal congelado de la habitación, para darle los buenos días a un viejo amigo, a aquel que tantas veces se hace el remolón para no dejarse ver, como si le pudiera la timidez de verse observado por miles de personas cada vez que decide asomarse entre las nubes.
Amanece frente al
Monte Fuji.
Tras el desayuno, y después de haber sacado a la fuerza a
Maldita Nerea del futón, fue el momento de pasear hasta la orilla del lago para no perder un minuto del pedazo de sol que nos hizo ese día. Os prometo que es imposible apartar la mirada de esa montaña mientras permanece visible, es muy difícil que una foto te salga rematadamente mal cuando tienes un modelo semejante delante.
Por último, os daré un pequeño consejo. Casi todo el mundo que quiere ver el
Fuji se va a
Hakone, donde en mi opinión las vistas son peores, y además la masificación turística le quita parte del encanto al lugar. Así que, si es que me lo estáis preguntando, os diré que considero mucho mejor sentarse tranquilamente junto a los lagos
Kawaguchi o
Yamanaka, donde el silencio y la naturaleza os dejarán disfrutar plenamente de este peculiar coloso.
¡Buena semana para todos!
* Así lo contó el loco del Lorco. Tenéis más entradas sobre el Monte Fuji aquí (cuando subí el monte este verano) y aquí (donde lo ví por primera vez).