No tener ni un metro que puedas ver más allá planificado puede ser motivo de agobio para muchas personas. Para otros, sin embargo, es un placer nadar sin rumbo fijo en un mar de dudas. Seguramente para nosotros no era ni una cosa ni la otra, pero una sola palabra de unas chicas que conocimos en el hostal de Waikiki nos hizo tomarnos un café mañanero aguado y horrible, y subirnos al coche para dirigirnos al este de la isla de Oahu, en el archipiélago de Hawaii. Parecía que por allí podían encontrarse playas bonicas, y nosotros teníamos el cuerpo dominguero y caribeño como el de aquellos grandes días de gloria, así que no se nos ocurrió un plan mejor.
Dos nombres nos habían sido entregados: Kailua y Lanikai, correspondientes a otras tantas playas prometidas que cumplieron sobradamente nuestras expectativas. Arena blanca y fina, y un agua templada y transparente que invitaban al relax, a disfrutar sin miradas al reloj, a tumbarse y dejar que el día duerma entre baños, cervezas y alguna que otra conversación tan estéril como procedente.
El tío Joaquín pensando en su próximo artículo científico
Un señor al que le faltaron palos cuando era niño
Concretamente la playa de Lanikai tiene 800 metros de largo, y está considerada como una de los mejores del mundo. Y su fama es bien merecida, porque no se encuentra una edificación de más de una altura en todo lo que alcanza la vista. Únicamente palmeras y vegetación, pequeñas casa de madera y limpieza, es lo que podréis encontrar en esta mítica playa famosa por haber sido utilizada en innumerables sesiones fotográficas.
Enfrente de estas dos playas se encuentras las islas Na Mokulua (literalmente las dos islas), también conocidas como las islas mellizas, y que son una reserva estatal protegida de aves. Su acceso está restringido, pero aprovechamos que es posible desembarcar en ellas yendo en kayak, y allá que nos fuimos dejándonos los brazos y el alma en un trayecto increíble.
Los islotes Na Mokulua a mi espalda
El tío Luis oteando "el horizonte"
¡Buena semana a todos!