Mi colega Oskar "Ikusuki" tuvo la deferencia de invitarme a una de estas clases. Él lleva seis meses aprendiendo. Y yo que pensaba que esto se aprendía así en un ratejo. Pues no. Resulta que en medio año eres aún un principiante. Un polluelo todavía.
Mientras la profesora lo supervisaba, Oskar preparó un té para los invitados. Todos los detalles cuentan en esta ceremonia. La distribución de los utensilios, las distancias, la orientación, los movimientos. Una locura para que todo resulte siempre igual de perfecto. Además se exige un protocolo entre anfitrión e invitado con un intercambio de palabras y reverencias predeterminado.
Para beberlo, más. Ella lo dejaba a un lado del tatami, nos decíamos gracias mutuamente, reverencia, después yo podía pasarlo a mi lado, cogerlo con las dos manos en alto, girarlo dos veces sobre mi mano izquierda y beberlo en tres estrictos tragos evitando hacerlo por cualquier dibujo que tenga el cuenco.
Antes de saborear el té, se come un dulce para poder apreciar mejor el sabor amargo de esta bebida. Nada de pedir azucar que os estoy viendo venir. Aquí se toma a pelo. Pero el sabor no resulta tan fuerte como pudiera parecer. Es cuestión de hacer un poco al paladar.
Me gustó. Nunca me había tomado uno entero en mi vida y resulta que este sí que me hizo gracia. Lo que será la sugestión y que te preparen las cosas con un poco de mimo.
Yo ahora si llega un camarero y me planta una bolsica ahí en agua caliente sin hacerme reverencias ni invocar a todos los dioses nipones ni na, pues ya no me va a saber igual.
Muchas gracias Oskar, uno de los cracks que he conocido en estas tierras.
¡Un abrazo!