Andaba ya bostezando julio cuando un mail de
Dani irrumpió en mi escritorio para proponer un lío de esos de los buenos.
¿Y si nos apuntamos a la maratón de Yokohama? - decía rotundo. Tras 22 largos segundos de consultas internas sólo se me pudo venir a la cabeza un inspirador en esto de agitar las patejas:
Ikusuki, al que reenvíe mensaje e intenciones para ver si quería que hiciéramos un buen trío.
Y es que uno siempre sabe a quien enviar ciertas cosas, y en poco menos que más ya teníamos el equipo español de atletismo que participaría con más gloria que pena en la carrera popular que se celebrará el próximo 2 de diciembre en la ciudad sede del prestigioso cuadro futbolero del
Yokohama Marinos, equipo que jamás volvió a ser el mismo desde que nuestro artista
Julio Salinas decidió ser su delantero centro matador.
El daño estaba hecho, nos registramos en el evento hace ya un par de meses y ayer mismo recibía en casa una carta con el dorsal que me me distinguiría como el ovejo número 4326 dentro de ese enorme rebaño de atletas. Da hasta gustico ser marcado como si fueras ganado.
Ahora, una cosa es decir y otra muy distinta acabar haciendo. Y es que prepararse para una carrera así conlleva un esfuerzo y una disciplina semanal que no tenía yo muy claro que estuviera entre mis aptitudes. Los comienzos fueron duros, cuando uno se da cuenta de que es imposible que lo consiga, porque después de correr cinco kilómetros tiene que pasarse dos días para recobrar el ánimo y las piernas.
Pero había algo con lo que ellos no contaban, y es que soy terco como una mula, con lo que desistí de desistir y seguí con entrenamientos cada vez más largos y duros, y procurando llevar una rutina adecuada. Eso sí, sin imponerme reglas demasiado estrictas
para no fallar a mi nueva política de administración vital. ¡Sufrimiento cero señora!
El sábado pasado era mi ensayo general, mi prueba de fuego; tenía el entreno más largo de la hoja de ruta. Me esperaban quince kilómetros alrededor del
Palacio Imperial bajo un aguacero de justicia. Pero no estaba sólo;
Oskar, Dani y Luis (porque el
Lorco se tiró cobardemente del barco a última hora) me acompañaban. Y fue bien. Me encontré con fuerzas y logré acabar, en buena parte gracias a la conversación que me fue dando
el gran Luis. Un tío que os prometo que se subió
el Monte Fuji desde
el bosque de los suicidios (los humanos lo subimos desde la quinta estación a dos mil metros de altura) y al bajar, 24 horas después de echar a andar, se fue a la playa de
Enoshima a pasar el día de dominguero. Una bestia sin límites.
Veremos que nos deparan los 21 kilómetros del día de la carrera dentro de dos semanas. La idea continúa siendo disfrutar del camino y poder terminarla, sin agobios y sin pensar en tiempos ni marcas. Pidan por nosotros en sus plegarias nocturnas.
¡Buena semana a todos!