Me comentaba de forma natural una amiga al poco tiempo de llegar a la ciudad. Su argumento intentaba aplacar los miedos que hacía pocos segundos había mostrado por la temeridad (o al menos eso me parecía a mí) de dejar los móviles y el bolso en las mesa mientras íbamos a pedirnos algo de comer a la barra. Lo que aquel día me pareció ininteligible hoy es parte de mi rutina; vivo en el país más seguro de los que haya visitado nunca, y eso te ofrece una fantástica tranquilidad que aprendes a valorar cuando no puedes disfrutar de ella.
Esto no quiere decir que no haya nunca robos, ni que la delicuencia sea un cero absoluto, pero en mi corta etapa aquí jamás he visto a nadie haciendo el mal por las calles, ni conozco cuento o leyenda que verse sobre alguien atracado ni nada semejante. Que una chica vuelva a casa sola a las tres de la mañana por un callejón oscuro no tiene nada de particular, y bajo mi punto de vista no supone un riesgo.
Pongamos unos ejemplos tangibles de mi vida diaria para intentar explicaros a lo que me refiero.
Voy al trabajo en moto. Cuando la compré me regalaron un candado que nunca he usado y ahí sigue anclado buscando su propio destino. Creo que hay que tener más cuidado de aparcar bien para no dar con la policía, que de proteger tu vehículo de los ladrones y malhechores. Veamos esta foto.
Ojo que esta vez vamos con la foto de un insulso sofá. Se encuentra situado en una zona donde el personal de mi planta puede relajarse tomándose un café o simplemente charlando. Esta habitación es utilizada por unas doscientas personas aproximadamente. Pero acerquémonos sin miedo amigos, vamos a dar rienda suelta a nuestra observación por un sólo día.
Voy al trabajo en moto. Cuando la compré me regalaron un candado que nunca he usado y ahí sigue anclado buscando su propio destino. Creo que hay que tener más cuidado de aparcar bien para no dar con la policía, que de proteger tu vehículo de los ladrones y malhechores. Veamos esta foto.
Y os preguntaréis con sorna, ¿para qué nos enseña este precioso motocarro? Este tipo de vehículos son las que suelen usar los mensajeros y demás repartidores de pizzas y anchoas a domicilio. Anda que no me da envidiaca cuando llueve y van ellos tan a gustico debajo de su parapeto. Pero lo interesante del asunto está en el detalle, señora, fíjese en el detalle. Dale zoom chiquitins.
Llaves puestas. No es que la gente se vaya a casa y deje las llaves en el contacto de rutina, pero de manera habitual pueden verse estas situaciones, y tener por seguro que el dueño tendrá su moto intacta cuando vuelva. Yo no las dejo nunca, pero más de un huevaco de veces me he ido y me las he olvidado mientras hacía la compra, o incluso toda la noche en un par de ocasiones.
Ojo que esta vez vamos con la foto de un insulso sofá. Se encuentra situado en una zona donde el personal de mi planta puede relajarse tomándose un café o simplemente charlando. Esta habitación es utilizada por unas doscientas personas aproximadamente. Pero acerquémonos sin miedo amigos, vamos a dar rienda suelta a nuestra observación por un sólo día.
Esos 110 yenes estuvieron en ese asiento dos días sin que nadie los tocara. No es que sea una pasta desde luego, pero lo que sería un euro y poco al cambio sería suficiente para que hubiera desaparecido en algún que otro lugar del mundo. O eso me temo.
Además de estas pequeñas anécdotas, es bastante normal que se reserven mesas con carteras o teléfonos móviles, encontrar gente en el metro dormida profundamente con consolas portátiles o tabletas encima, que en las cafeterías se vaya al baño o se salga a fumar y se deje el ordenador en la mesa triste y desamparado, dejar las bolsas en la cesta de la bici mientras se pasa a comprar a otro sitio, o pasar a comprar a una tienda de ropa y que las chicas dejen el bolso en un banco en una punta del establecimiento mientras miran o se prueban alguna prenda en la otra.
Pues eso, un gustaco. No os robo más tiempo.
Pues eso, un gustaco. No os robo más tiempo.
¡Un abrazo!