Este lunes nos abandonaba un amigo. Chema se dirigía desde Narita hacia las nubes de Cádiz en vuelo directo, tras cinco largos años sin pisar su tierra del alma. Para muchos de vosotros este señor es El Niño Cagao, la cabeza visible del mundo del flamenco en Japón; un artista irreverente y divertido capaz de poner a bailar la conga a los asistentes a un congreso de pompas fúnebres. Para nosotros hace ya tiempo que se transformó en Chema, ese niño chico con el corazón gigante que vive dentro del artista. Un niño que desborda sentimiento, generosidad y carisma.
Si te encuentras de nuevo con él, es más que probable que no recuerde tu nombre. No se lo tengas en cuenta. Pero lo que es seguro es que te dará un abrazo sincero y se alegrará de volver verte (aunque para él siempre sea la primera vez). Y acto seguido olvidará tu nombre de nuevo para que seas tú quien se lo recuerde en la próxima ocasión en la que tengáis la suerte de compartir otro rato juntos. Él es así: un tipo afortunadamente loco, con ese punto disperso e inquietante que acompaña a las grandes personas. Y es que ningún genio ha sido ni será nunca alguien corriente.
Por muchos motivos lo echaré de menos. Para mí es una de esas almas que es mejor tener cerca, y que afianzan mi admiración por la humanidad. Uno de esos amigos de dibujos animados. Nosotros le regalamos un cartel de la Feria de Abril enmarcado y firmado con nuestros mejores deseos para su nueva etapa gaditana.
Y él nos dejó esta bonita canción como despedida.
さよなら Chema