Resulta complicado comprender cómo Japón es capaz de vender tan bien al mundo sus tradiciones. Quién no conoce la genialidad de sus templos, la amabilidad de sus ciudadanos, las preciosas chicas en kimono paseando por Gion, o el perfil griego del Monte Fuji que les hace de bandera por todo el planeta. Después de un par de semanas ya viviendo aquí, yo diría, no sin temor a equivocarme estrepitosamente de nuevo, que el secreto de todo está en que les apasiona de corazón su propia cultura.
Chica en kimono contemplando las flores del cerezo en Kioto
La punta de lanza de mi argumento es sin duda el Sakura, o florecimiento de los cerezos. Que sí, que en primavera llegaba el solete y florecían las planticas, eso yo ya lo sabía. Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que aquí eso representaba un acontecimiento festivo sin parangón. El asunto es que el país está plagado de estos árboles tan peculiares, y que cuando a marzo ya le flaquean las fuerzas o nada más se despereza abril (según los años y las zonas del país), las flores empiezan a asomar por los brotes de los cerezos regalando un manto blanco que cambia el aspecto de todo lo que se encuentra a su alcance.
Sakura en un templo de la Isla de Miyajima
Es pocas palabras; en todos los sitios hay flores, pero ningunas son más famosas especiales como las que brotan en Japón. Pero lo mejor de todo es que en esta época además todo se inunda de alegría. La gente sale a los parques aprovechando el buen tiempo, se sienta debajo de los árboles y come y bebe junto a amigos o compañeros de trabajo, en una danza popular conocida por todos como hanami 花見 (contemplación de las flores).
Templo Kyomizudera durante la floración, Kioto
Una de las calles de mi barrio en Tokio
Todo esto trae como consecuencia que la gente esté más contenta, tanto por el momento en el que se vive, como porque ello representa una puerta de entrada hacia la llegada del buen tiempo y las vacaciones. Un extra de motivación vital que se ha convertido en un círculo vicioso de felicidad, belleza y esperanza, y que los japoneses y residentes aguardamos cada año con impaciencia. Con semejante panorama, ahora seguro que nos resulta más fácil entender la buena venta que tienen estas sencillas flores en el mercado exterior. Y es que todo quisqui quiere venir a verlas al menos una vez en la vida.
Cerezos en las orillas del lago Kawaguchiko, frente al Monte Fuji
En poco más de dos semanas el viento nos recuerda que el secreto del éxito de los cerezos se esconde en lo efímero. Y todo lo visto queda atrás para darnos paso a la primavera y el verano. Cosa que celebro alegremente, que me parece a mí que suficiente frío hemos pasado ya.
¡Un abrazo!