Esto puede resultar pesado en ocasiones, pero estamos en Japón, y aquí hay mucha gente siempre en todas partes. Siempre. En todas partes.
Si sientes la presión de la multitud, te animo a cambiar de tercio. Busca la vera del río, y en un agradable paseo de quince minutos encontrarás un remanso de paz; una hilera de estatuas de Jizō, deidad que protege las almas condenadas al infierno, en especial las de los niños no nacidos y los que murieron siendo aún muy pequeños.
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Es común encontrar estas estatuas en los alrededores de los cementerios, en ocasiones ataviadas con gorros y baberos rojos, símbolos inequívocos de la infancia a la que salvaguardan.
Si sigues el sendero durante un rato más, llegarás directo al Onsen Yashio, donde podrás poner la guinda a tu huida del gentío del otro lado del río, con un relajante baño de agua caliente.
¡Un abrazo!