Había llevado
pan casero porque
Anna me lo pidió encarecidamente. Al fin y al cabo, se iba a ir pronto de Japón, y lo último que le hacía falta era otro trasto viejo con el que cargar. En su fiesta de cumpleaños habrían como unas veinte personas entre residentes e invitados. Todos disfrutando al tiempo de cervezas y palabras compartidas, y en compañía de fondo de una pseudopaella de la que sólo los guiris daban buena cuenta. Aquello era una reunión de humanos en toda regla.
No negaré que me sentí orgulloso de que la gente apreciara el sabor de mi pan en voz alta. Seguramente porque mi corazón calculó de cabeza que le había salido rentable el tiempo y la ilusión invertidos. Sea como fuere, unos y otros vinieron a felicitarme o a darme las gracias por la vianda. Sin embargo, fue Kazuko la que más curiosidades tenía. Quería saber más sobre la receta, el origen u otros detalles por los que estuvo preguntándome largo rato.
De ella recibí un correo algunos días más tarde. Después de leerlo un par de veces pares, me percaté de que me quería contar que estaba implicada en la elaboración de una publicación sobre panes del mundo. Y me proponía que fuera yo quien escribiera sobre el pan en España. Atiende Kazuko. Después de advertirle repetidamente de que no soy ningún experto, me replicó diciendo que no querían recetas, sino que contara algo personal sobre cómo es el consumo de pan en los hogares españoles y cómo lo había vivido yo en casa desde niño. Ea, pues así sí. Acepté encantado, aunque sin saber cómo saldría la cosa. Yo lo escribiría en inglés y ella lo traduciría a nipón. Y encima iban a pagarme por ello.
Algunas semanas después, el resultado llegó en un sobre certificado.
¡Un abrazo y buena semana!