DESPEDIDAS

Otra vez lo mismo, sólo cambia el escenario. Aunque solemos escoger un café como acompañamiento, siempre es cerca de un aeropuerto o una estación. Como sabiendo que vienen curvas, el silencio incómodo sólo se inturrumpe por conversaciones nerviosas que evitan tratar lo inevitable. Tú no estás acostumbrado. Pero yo sí. No te preocupes que te guío por esta senda, yo te cuento lo que debemos ir haciendo. Pero mejor vamos despacico, que duele menos. El tiempo me está haciendo un triste experto en estos menesteres. Y no me gusta nada.

Por aquellas historias del devenir de las cosas, mucha de la gente que forma parte importante en la estructura que sujeta mi vida, ha venido o vendrá a mi nuevo mundo para ver como cuecen las habas por oriente. Y eso que estoy a tomar por culo. Un tiempo para vivir lejos de mi tierra, pero que los importantes se empeñan en traerme a trocitos. Para que no me falte de nada. Me preguntan a menudo si no me canso de tener tanta gente de visita. Siempre respondo que no. Viene la gente que quiero que venga, y eso es un privilegio por el que me siento afortunado. Lo que no aguanto, y cada vez menos, son las despedidas. Supongo que estamos programados para despedirnos una serie de veces, o al menos con una frecuencia determinada. Pero esta sobredosis agota, y me hace ser más débil en cada ocasión que me enfrento a una nueva. Ahora ya las veo venir de lejos.

Todavía espero encontrar la manera de solucionar este difícil trámite en algo tan bueno como que vengas a verme a casa. Mejor sigue con lo previsto en la hoja de ruta, que ya se me ocurrirá algo. Ayer dije adiós a unos, mañana daré un abrazo de bienvenida a los siguientes.

Ya se aleja mirando atrás, dejando otro hueco que estaba bien como estaba.