Dicho lo cual, tenemos mucha hambre, aparca Guille o le voy a dar un bocao a un retrovisor. Allí se va uno. Tres sitios consecutivos a las puertas de lo que parece un negocio inmobiliario. Malditos especuladores. Cogemos posición para ocupar el lugar que va a dejar este simpático señor que ya empieza a observarnos extrañado. "¿Tú crees que aquí se puede?". No preguntes. El conductor saliente se ha parado a sólo dos metros y se baja del coche. Nos mira fijamente mientras ejecutamos la maniobra de entrada. Todos los indicios se empeñan en decirnos que no aparquemos ahí, pero no tenemos idea de rendirnos tan fácilmente. Ahora ya hay otra señora que sale a las puertas del local para, parece, llamarnos la atención. Pero tenemos aún tenemos un arma secreta superpotente en estas tierras. Lo van a flipar. Salimos del automóvil con decisión. ¡Ay amigo!, que somos guiris, y con eso no contaban. El efecto de nuestra pacífica ofensiva es inmediato: bloqueo absoluto. Es bastante común, que los japoneses no sepan reaccionar ante la presencia de extranjeros. Reacción como reacción hay (tié que haber), pero la parálisis y la cara de circustancias podría denominarse como reacción inútil o reacción cero. El señor, inmóvil, mira a la dependienta como diciendo díselo tú que a mi me da la risa. La señora no acierta más que a seguir con la mirada nuestra entrada en el restaurante.
Podría pensarse, que la acción lógica lanzada por nuestro comportamiento, daría lugar a una llamada a las fuerzas del orden, con posterior retirada del vehículo. Cosa que, por otro lado, nos mereceríamos. Terminamos nuestra comida y salimos para comprobar que todo sigue tal cual lo dejamos.
No te creas que estábamos preocupados.
Afortunadamente, estaba claro.
¡Buen comienzo de semana!