Asomaba tímido el verano cuando recibimos la invitación por correo de Pablo para una misteriosa excursión. Iríamos a pasar al día a Nichitsu, una pequeña ciudad enclavada a las faldas de una mina que dijo basta allá por los años ochenta. Los que allí trabajan emigraron hacia tierras más prósperas dejando atrás sus casas y sus recuerdos intactos. Pues bien, la idea era adentrarnos en aquel poblado abandonado para hacer algunas fotos en un arte que algunos han acertado a llamar Haikyo (廃墟). A nuestra llegada fuimos avisados de que no éramos bienvenidos a cruzar el umbral, ofensa a la que nuestra representante Nerea respondió como sigue.
Detrás de lo prohibido nos esperaba un pueblo lleno de viviendas donde el paso del tiempo había desgastado muchos de los materiales, pero donde sorprendentemente otras cosas permanecían en un estado muy bueno, dando la sensación de que pocos habían pasado por allí antes que nosotros.
Entre suelos podridos que crujían bajo mis pasos me peleaba yo por hacer alguna foto decente con la cámara que un día fue de Oskar. No pasaba excesivo miedo por aquello de la protección del grupo, pero en cuanto me ponía a investigar un poco a mi bola y me perdía por las estancias de algún edificio la cosa cambiaba, y ante el primer ruido extraño buscaba como un cachorro el amparo de la manada para escapar de mis temores infundados. Lo que uno no espera, desde luego, es que en un sitio abandonado durante treinta años, al coger el teléfono, siga dando línea.
Entra habitaciones, baños y cocinas varias lo más impactante estaba por llegar. Localizamos lo que había sido un hospital-clínica y para dentro que nos fuimos. Algunas habitaciones para pacientes al principio del pasillo daban hacia un pequeño quirófano, un espacio donde se practicaba la odontología y un laboratorio. Éste último conservado de una excelente manera, con muchos de los recipientes y reactivos todavía colocados en su estante cubiertos del polvo que había dejado el paso de los años. Acojonante esta parte.
La visita duró todo el día, y terminó en un edificio de dos plantas que parecía haber servido como residencia para estudiantes. En éste concretamente, daba la sensación de que la gente había tenido que irse a toda prisa de sus casas. Muchos de los objetos personales y cotidianos seguían intactos, y se hacía divertido intentar adivinar qué tipo de personas habitaban aquellas habitaciones observando sus pertenencias. Aún no alcanzo a entender como un lugar así puede permanecer tres décadas en ese buen estado de conservación, pero sinceramente me alegra que todavían puedan pasar cosas así.
¿Quién hay ahí maldita sea?
*Así lo vivieron Guille y Nerea.