miércoles, 1 de mayo de 2013

UN VIAJE DE LOCOS

No hay plan para la Golden Week. Después de dos años donde me reconoceréis por otros exitosos largometrajes como Te pones fino filipino o La perdí en Vietnam, este año está abocado a salir a dar un sano paseo por el parque de Yoyogi o a tomarme unas cervezas en el izakaya de mi barrio. Y la verdad sea dicha, la culpa no es más que mía, ya que si alzo la vista más allá del mar, puedo ver en mi horizonte cercano otros viajes que me hacen tener que medir mis vacaciones más de lo que me gustaría. Porque, para ser más concretos, no me gusta nada de nada.

Sinceramente no tiene más importancia. Aunque todo el mundo sale escopetado en esta semana a pasarlo bien, es sólo cuestión de hacerse a la idea de que esta vez no toca. No pasa nada. Aunque, por otro lado, también habría que decir que esa recochura del que siente inquietud por viajar y descubrir siempre está ahí, vigilante, atenta a cualquier movimiento para ponerte a prueba. Al fin y al cabo llevo sin hacer un viaje de los frescos desde diciembre, y sin que esto sea ni mucho ni poco, lo veo ya lejano, olvidado, distante como los fríos días del invierno pasado.

Entre tanto, la semana pasada surgió la posibilidad de hacer una escapada a la montaña en estos días libres. Unos amigos irían a hacer una ruta de senderismo por el sur de Japón durante las vacaciones y, visto lo visto, no me parecía mala opción. Ellos se adelantarían para ir examinando el terreno, y el tío Joaquín y yo nos uniríamos a la expedición un poco después. 

Ultimando los detalles, comentábamos lo insultantemente caro que nos iba a resultar el shinkansen (tren bala) para alcanzar el punto de encuentro: ShikokuNo sé si fueron las cervezas que hace rato nos acompañaban en la mesa, o si Neptuno se alineaba con Matalascañas a diez grados norte, porque ni siquiera recuerdo realmente cómo sucedió. Pero en un punto determinado, la conversación viró dramáticamente en cuestión de segundos, y ya sólo hablábamos de lo mal que nos lo habíamos montado, y de que la próxima vez había que planificarse mejor y hacer un viaje como Dios dejó dicho que se hiciera. El siguiente minuto de aquella vorágine llorona y autocompadeciente resultó crítico; los lamentos dejaron paso a la esperanza, al "¡todavía podemos coño!", tan recurrente en charlas nocturnas aliñadas con alcohol y amistades. 

Y del que por supuesto nadie sabe nada a la mañana siguiente.

Pero no contaba yo con los peligros de negociar con locos. En apenas unas pocas horas, teníamos ya comprados unos billetes de avión que nos llevarán hoy mismo a descubrir las enigmáticas y paradisiacas islas de Hawaii. Uno de esos lugares que siempre sentí que acabaría pisando.

Porque podíamos no habernos ido, de hecho hubiera sido lo más fácil, y más cuando todo eran problemas: billetes caros, escaso tiempo de preparación, falta de días libres... Pero el mensaje que Joaquín nos hizo llegar a través de facebook, acabó por derrumbar las ya débiles defensas que Luis aún conservaba (y que yo perdí en el primer envite), para hacerlo ceder definitivamente: "Esto es un sueño que se hace realidad aquí y ahora; no hay mañana amigo y las oportunidades están para aprovecharlas".


¡Nos vemos a la vuelta majos!