lunes, 5 de noviembre de 2012

DIARIO DE UN ATRAPADO (Primera parte)

La confirmación de billetes de avión impresa y la promesa de un camastro vía correo electrónico de una simpática recepcionista de un hostal de Bangkok era todo lo que yacía sobre la mesa de mi escritorio aquel día. Claro, no es lo mismo recopilar lo necesario para un viaje que has preparado a conciencia, que irte sólo a recorrer un país como Tailandia con una vaga idea de por dónde pasarás y sobre qué dormirás cada día. Básicamente mi equipaje eran aquellos dos folios en blanco y negro que me aseguraban llegar a destino y dormir la primera noche, dos bañadores, unas chanclas, dinero, teléfono y el pasaporte. Para qué más.


Mientras cogía el tren hacia el aeropuerto me daba cuenta de que lo ligero que me sentía para hacer este viaje nada tenía que ver con el poco peso de mi equipaje. Ahora cualquier decisión dependería sólo de mí, tanto para lo bueno que puedas verle como para las vicisitudes que pudieran surgir. Llegar al aeropuerto de Narita, facturar y dirigirme a la puerta de embarque no fueron más que trámites que uno aprende de memoria como el que pone una lavadora o toma un café, al final es algo que he terminado haciendo sin pensar. Volaría por primera vez con la compañia JAL, que simplemente no tuvo nada que destacar, lo que para mí significa que todo funcionó correctamente. Me esperaban seis horas sobrevolando Japón, Corea y China hasta llegar a mi destino: la gran capital tailandesa.


Mirando por la ventana que tenía a mi diestra recordaba las instrucciones que Sophie me había enviado por Couchsurfing. Nos encontraríamos en una hamburguesería cercana a la popular calle Khao San, a tan sólo cinco minutos a pie de donde yo debía encontrar el hostal que había reservado. Aunque prefería pernoctar sin molestar a nadie, me pareció buena idea quedar con alguien de la ciudad para poder conocerla mucho más en profundidad. Y qué mejor que una tailandesa que me llevaría esa primera noche a tomarle el pulso a las calles de Bangkok y, si se terciaba, a bebernos unas buenas cervezas Chang recorriendo aquella enigmática urbe. Sinceramente poco más sabía sobre lo que podía ocurrir porque tampoco pedí muchas explicaciones acerca de los planes que tenía pensados. Creí que lo mejor para mi primera visita en la ciudad era no esperar nada ni ir con expectativas marcadas. Empezar todo desde el cero absoluto. Y que pasara lo que tuviera que pasar.



Entre retrasos (propios y extraños) llegué a la fila de espera para coger un taxi a eso de las once de la noche. Justo delante de mí había un chico menudo que intuí japonés, así que me lancé a amortizar mis clases preguntándole si quería compartir vehículo y gastos. Como pensaba, se dirigía a la zona de mochileros como yo, así que con esa jugada me llevé dinero y compañia en una sola mano. Por el camino conversé por teléfono con Sophie para pedirle perdón por la demora, y para asegurarme de que no era demasiado tarde para quedar para ella. Me tranquilizó indicándome el lugar exacto donde ya me esperaba tomando un café. Colgué entre disculpas prometiendo que llegaría lo antes posible y permitiéndome la primera licencia de admirar por fin la bulliciosa Bangkok desde la ventanilla entreabierta de aquel taxi.

Media hora después entré con prisas al hostal, donde una agradable chica me explicó brevemente cuales serían las normas a partir de ese momento. Hice el check-in, me dió la llave de mi taquilla y le pregunté si podía indicarme el punto en el que debía encontrarme con Sophie. Solté la mochila, me cambié de camiseta, me dí una ducha gitana y en tres minutos ya estaba en la calle. Eran las once y cuarenta minutos de un viernes y tenía delante de mí la que es probablemente la ciudad con la vida nocturna más famosa del sudeste asiático.

Y no tenía ni puta idea de hacia donde me dirigía.

Continuará...