Recuerdo cuando fui capitán de barco. Cómo olvidarlo. Fue en Italia, en la costa Amalfitana, un verano de esos que nunca se olvidan, durante un viaje por carretera con mis amigos de toda la vida de norte a sur del país del espagueti. Dos semanas recorriendo tres mil kilómetros en un Fiat Panda, desde Milán a Palermo, pasando por Florencia, Roma, Nápoles y hasta por el mismísimo y recóndito pueblo de Corleone, cuna de la mafia siciliana, donde por cierto tuvimos un pequeño golpe con el coche, que nos hizo temer por nuestra integridad cuando vimos a los vecinos de aquel temido pueblo asomarse por los balcones. A quién se le ocurre meterse en problemas en Corleone. Pues eso.
Aquella mañana nos levantamos con ganas de mar. Y no entiendo cómo, porque ya llevábamos algunas noches dormidas al raso en la playa. Nos poníamos en hilera los siete maromos esparcidos por la arena, en un burdo intento de protección grupal que imagino resultaría cómico para cualquier avispado asaltante.
La cosa es que nos dirigimos al puerto de Sorrento, porque queríamos que algún marinero nos llevara de excursión a la isla de Capri, de la que habíamos oído hablar maravillas. Después de varias pesquisas entre atraques, dimos con un elemento peculiar que hacía ese tipo de servicios.
La cosa es que nos dirigimos al puerto de Sorrento, porque queríamos que algún marinero nos llevara de excursión a la isla de Capri, de la que habíamos oído hablar maravillas. Después de varias pesquisas entre atraques, dimos con un elemento peculiar que hacía ese tipo de servicios.
La conversación fue un tanto así de simple:
- Buenos días, queríamos alquilar un barco para ir a Capri. ¿Cuánto cuesta?
- Todo el día son 180 euros con capitán.
- ¿Y sin capitán?
- Sin capitán, 120 euros.
- ¿Y sin capitán?
- Sin capitán, 120 euros.
- Hombre siendo así, preferimos sin capitán claro. ¿Se puede?
- Eso depende, ¿tenéis carnet de patrón de barco?
- No.
- Bueno, no pasa nada, hacemos como si tuvierais.
Tras una reunión de grupo de unos 20 segundos (que incluyó bailes festivos y salvas en honor de tan osado marinero que estaba dispuesto a dejarnos su nave), se tomó la decisión de echarse a la mar, de convertirnos en auténticos piratas manchegos.
Cuando se lo conté a mi madre, tiempo después, estuvo sin hablarme dos semanas.
Una vez nos aprovisionamos de víveres y chalecos salvavidas suficientes, llegó el esperado momento de la instrucción. El jefe de la embarcación pidió un voluntario, y yo me puse al timón como si en Albacete hubiera playa, para recibir un curso acelerado de pilotaje. "Así derecha, así izquierda, aquí el motor de emergencia, no olvides esta palanca que es importante...", en fin, minucias variadas que no pude escuchar por el alboroto de la tripulación, que ya vociferaban en la proa coooooon la botella de ron. La ignorancia es la felicidad más pura de todas.
Una vez entendí cómo funcionaba más o menos el barco, el dueño me dijo que perfecto, que él ya se bajaba y que nos veíamos a las cinco de la tarde en el mismo sitio. En ese punto fue cuando tuve que hacerle una pregunta que me rondaba insistentemente desde que empezó con sus explicaciones: "¿Por dónde se va a la Isla de Capri señor?"
Lo miré. Él me miró a mí, y señalando al horizonte con su mano izquierda dijo: "Todo recto para allá, como a una hora encontráis la isla". Agárrate las explicaciones del Capitán Pescanova. Y como otra cosa no podíamos hacer, pues para "allá" dirigimos el bote. Haciendo, eso sí, las correspondientes paradas en alta mar para recoger a los grumetes que perdíamos por la borda.
Y nuestro vigía, subido en el mástil de popa, por fin avistó tierra firme. Habíamos alcanzado la tierra prometida: la isla de Capri, que se presentaba ante nosotros para ser conquistada. Dedicamos toda la jornada a rodearla muy cerca de la costa,parando encallando en todas las calas para bañarnos, desembarcando en algún que otro acantilado (donde dejábamos el bote a la deriva por nuestra falta de pericia usando el ancla) y con abordajes incluidos a barcos de piratas rubias y simpáticas para hacernos con sus doblones de oro.
Una locura y una irresponsabilidad, lo sé. Pero al mismo tiempo uno de los días que mejor me lo he pasado en mi vida. De vuelta a puerto tuvimos marejadilla y las pasamos un poquitín canutas, pero nada que un capitán no sepa solventar con cuatro golpes de timón bien dados.
Me hubiese encantado poner alguno de los vídeos que grabamos durante el día. Pero sinceramente no he encontrado ninguno con el que mi madre no deje de hablarme de nuevo.
Y eso si que no.
Cuando se lo conté a mi madre, tiempo después, estuvo sin hablarme dos semanas.
Una vez entendí cómo funcionaba más o menos el barco, el dueño me dijo que perfecto, que él ya se bajaba y que nos veíamos a las cinco de la tarde en el mismo sitio. En ese punto fue cuando tuve que hacerle una pregunta que me rondaba insistentemente desde que empezó con sus explicaciones: "¿Por dónde se va a la Isla de Capri señor?"
Lo miré. Él me miró a mí, y señalando al horizonte con su mano izquierda dijo: "Todo recto para allá, como a una hora encontráis la isla". Agárrate las explicaciones del Capitán Pescanova. Y como otra cosa no podíamos hacer, pues para "allá" dirigimos el bote. Haciendo, eso sí, las correspondientes paradas en alta mar para recoger a los grumetes que perdíamos por la borda.
Y nuestro vigía, subido en el mástil de popa, por fin avistó tierra firme. Habíamos alcanzado la tierra prometida: la isla de Capri, que se presentaba ante nosotros para ser conquistada. Dedicamos toda la jornada a rodearla muy cerca de la costa,
Una locura y una irresponsabilidad, lo sé. Pero al mismo tiempo uno de los días que mejor me lo he pasado en mi vida. De vuelta a puerto tuvimos marejadilla y las pasamos un poquitín canutas, pero nada que un capitán no sepa solventar con cuatro golpes de timón bien dados.
Me hubiese encantado poner alguno de los vídeos que grabamos durante el día. Pero sinceramente no he encontrado ninguno con el que mi madre no deje de hablarme de nuevo.
Y eso si que no.
¡Buen fin de semana piratas!