martes, 26 de julio de 2011

NOCHE SEVILLANA

Hay días que empiezan de noche. Y noches que no acaban hasta que está ya bien despierto el día. Entre las unas y las otras, y las otras y las unas, nos relajábamos, Albariño mediante, en una de las famosas noches de verano tokiotas. Tío Danjo es uno de esos sitios en los que te sientes como en casa. Terracita con mesas altas para disfrutar de una cena de las "de pie", de las que oir el silencio por un sólo instante sería pura casualidad.

Seguíamos la hoja de ruta como se nos había encomendado: muchos y buenos amigos, vino y unas croquetas de jamón que harían sombra a la abuela serrana más pintada. Al amparo de las doce, cuando casi habíamos dado con la solución final para el mundo, una cuadrilla numerosa se nos aproxima por el este. Alguien parece reconocer a alguno de los jinetes. "¡Coño, si es Farruquito!". Sí señores, y familia además. Unas quince personas de su compañía de "artistas" han elegido el mismo escenario que nosotros para bailar flamenco esta noche. Bienvenidos sean, por supuesto. Tras los saludos protocolarios, cada uno a lo suyo.

Al cierre del bar, se nos permite permanecer dentro y cada uno coloca sus fichas sobre el tablero. El equipo farruco escoge el fondo del pequeño local, quedándonos nosotros con la zona de entrada. Ya se corta jamón en la barra y comienza el cante y el baile bueno. Todo va como la seda.

En esa sosegada calma entra con fuerza el tío Xavi que, envalentonado por la espirituosidad de lo vivido, sale del baño cámara en mano y comienza a disparar fotos como si fuera el último día. Esto no parece haber gustado a nuestros colegas sevillanos, que lo sacan pasillo adelante pidiéndole explicaciones. Ra y yo mismo, nos acercamos en su ayuda sin saber aún qué pasa realmente. Se mascan momentos de tensión y amenazas. Cómo alguien tenga la mona floja aquí, se va a liar una hostiacina que van a tener que redecorar el bareto. A mí, por meterme en el pisto, hay uno que me ha echado el ojo y me dice que me mata...¡¡qué me mata!! Menos mal que no estamos en su territorio, porque el tío pesa cien kilos y me habría dado hasta en la gaijin card.

Gracias a nuestras pocas ganas de líos, y a la diplomacia del representante del elemento, todo queda en agua de borrajas y salimos de allí dispuestos a seguir disfrutando de que aún no había llegado el nuevo día.

De ahí, a cómo esa misma noche acabé con una máscara de carnaval y mordiendo una botella de Moët Chandon en un antro subterráneo, va un enorme trecho que no estoy dispuesto a cruzar.


¡Besos y abrazos!

domingo, 24 de julio de 2011

ESCUELA DE COCINA

Después de mucho prepararlo y de esperar largo y tendido, por fin llegó el día. Lo de menos era si lo haríamos como auténticos profesionales. Lo de más fue que la gente se divirtiera, aprendiera y, si era posible, que consiguiéramos despertar el gusanillo de la cocina española en alguno de los alumnos.


Lo primero se consiguió enseguida. Gran grupo de estudiantes con muchas ganas de aprender y reirse. Así, los colocamos en tres equipos que se encargarían de realizar el mismo número de paellas simultáneamente.




Eso sí, no sin antes proporcionarles todo lo necesario para cocinar una buena paella. Ingredientes sobre las encimeras listos para comenzar la batalla.

¿Empezamos?


Con Oscar traduciendo en línea Albaceteño-Euskera-Japonés, yo trataba de explicar detalles sobre la paellera (le pese a quien le pese) y sobre la receta tradicional valenciana. Careto el que se les quedó cuando les dije que nosotros usamos también conejo, lo que para ellos es tan sólo una linda mascota con la que retozar en el sofá los días de guardar.


Pero éramos muchos. Muchos más que muchísimos, y muchísimos más que más. Guille y Nerea atendían la cámara de fotos, y preparaban el aperitivo, y ayudaban en las paellas. El equipo funcionaba como una máquina recién engrasada.





Una vez añadido el caldo y puesto el arroz a cocer, llegaba el turno de relajarse. Unas cañitas y a disfrutar de veinte minutos de aperitivos y anécdotas. La nota de color la puso la bota que trajo Oscar, con la que enseñamos a beber al personal allí presente.




Y pasó el tiempo volando. Y tapamos las paellas con trapos para dejarlas reposar cinco minutos como mandas las viejas normas. Era el gran momento. Todos nos fuimos con el grupo 1 para descubrir nuestra creación y hacernos la foto que quedaría para el recuerdo.


Lo habíamos conseguido. Tenedor en mano (que no palillos), todos pudimos probar las tres paellas. Y salieron buenas mire usté, nos comimos hasta el último grano y seguimos mucho rato de sobremesa, y eso siempre es una buena señal.



Menudo gustico de día.

Así lo contaron el vasco-extremeño, y el murciano-manchego y la gaditana.

¡Buena semana!

*Algunas fotos robadas a Guille y Nerea, y Hama-san.