


Imaginad una situación, cualquiera, y existe una tarjeta adecuada. Incluso para entierros y divorcios. Una de las costumbres más raras que he oído desde que estoy en Seattle es la de enviar tarjetas a cada una de las personas que ha asistido a tu cumpleaños agradeciendo, no sólo su presencia, sino también su regalo. El otro día me comentaba una amiga que su vecina, para invitarla a algún evento un poco especial, le mandaba tarjetas. Y viven al lado. Puerta con puerta. Increíble.
Así que no he querido ser menos. Esta es mi tarjeta de despedida. Ha sido un placer compartir algunas pocas entradas con vosotros. No sé si volveremos a vernos por aquí, aunque estoy seguro que en algún otro momento nuestros caminos se van a cruzar irremediablemente. Y si no, tiempo al tiempo.
No me gustaría decir adios sin antes matizar lo de las tarjetas. Y aunque es muy americano, en mi despedida preferí hacerlo como lo hacen en casa: pagué las copas. La mayoría estuvo de acuerdo conmigo: donde esté una buena margarita que se quiten las tarjetas.

Salud y mucha suerte. Nos la vemos.
