Las instrucciones del
Doctor Lorco no podían ser más precisas. Documentos acreditativos, fotografías y traducción jurada de mi anterior permiso. Entrada y salida en diez minutos. Sólo existe una puerta para escapar de esa ratonera y está al final del edificio. Nunca pares, no mires atrás. Mucha suerte.
Espero mi turno con todo listo. "
Picasso-saaaan", gritan desde una ventanilla. La comunicación entre mamíferos se vuelve abstracta durante algunos momentos, aunque finalmente consigo explicarme. O eso creo. Deseo convalidar mi permiso de conducción, por favor. Firme aquí. Léase las condiciones. Miro la hoja, sólo veo cientos de símbolos ininteligibles bailando una danza otomana ante mí. Estoy de acuerdo con todo. "
Espere". Espero. "
Picasso-saaaan". Dígame señora. "
Con estos papeles tiene que ir allí (me señala a un señor)
y hacerse las pertinentes pruebas oculares. Después diríjase al tercer piso, aula 6F". Vista de lince, he pasado la primera puerta con evidente facilidad. Esto va muy bien.
Aula 6F. Entro. Doscientos japoneses, ordenados en pupitres, aguardan en silencio. O mucho me equivoco o esto apesta a examen. Dios mío. Entrego mis papeles al que hace las veces de profesor y con gestos me indica que me siente en una de las mesas. Luego descubro que mi fila es la de los inmigrantes, con lo que comparto línea con muchos chinos, y algunos coreanos y vietnamitas. Ahora ya son tres los profesores en la tarima. Uno empieza a dar instrucciones por el micro, mientras el otro nos reparte unos papeles. El tercero escribe en la pizarra un sospechoso motivo horario "
14:40". Caquita sería poco decir para lo que yo tenía en ese momento. Ya tengo cuatro fotocopias en mi mano, y a cada nuevo comentario del maestro sensei, el alumnado responde escribiendo al unísono con ahínco. Sin tan siquiera un mísero bolígrafo, observo la jugada con cara de idiota. Es hora de pedir ayuda. Según la taiwanesa de delante y la coreana de detrás nos exigen que escribamos nuestros datos. Atiende. Amablemente, Lee y Ai me rellenan todos los documentos. Son las 13:40, falta una hora para la hora señalada en el estrado. Somos dos centenares de humanos y un silencio sepulcral. No pasa nada, para algo pago la maldita tarifa plana para el iPhone, así podré entretenerme. Batería agotada. De genio. A las 14:39 vuelven los funcionarios. Nueva charla, nuevos papeles, nueva hora en la pizarra:
15:45. Esto es el infierno malayo. Lo increíble es que a nadie excepto a mí parece importarle estar en una clase recluido en total silencio y sin más que hacer que nada de nada. Desgraciadamente también se me ha olvidado comer. Otra vez. Son las tres y media y sólo tengo un triste café jugueteando en mi estómago. Esto es una lenta y cruel tortura psicológica. Si salgo airoso, los juglares escribirán cantares sobre mí.
Tras tres horas y media, salgo de la jefatura de tráfico de
Saitama con mi permiso de conducir japonés y una total desazón provocada por unas palabras que atormentan mi cabeza sin cesar;
"¿por qué no paras de equivocarte?, ¿por quéeeee?". Mis nuevas amigas asiáticas, me acompañan amablemente a coger el autobús que me devolverá a casa. Mientras, me explican la gran brecha cultural y de carácter existente entre las japoneses y las gentes de sus respectivos países de origen. Tú sigue pensando que son todos iguales, que vas bien por ahí.
Vaya día has echado.
Vaya día.