Meses hace ya que comenzaba en Albacete una misión de imprevisible final. Paletilla en mano, me plantaba yo en el control de equipajes del aeropuerto de Osaka. Mala suerte; me tocó un inspector tocapelotas que decidió que mi jamón debía quedarse en cuarentena.
Pero este país siempre late diferente. Me daban la posibilidad de guardármelo hasta que volviera a volar desde ese aeropuerto de vuelta a España o a un tercer país. Para mi sorpresa, podía elegir la temperatura a la que sería almacenado. Con mucha pena, elegí 4 fríos grados, y me despedí de mi amigo ibérico sin muchas esperanzas de que volviéramos a encontrarnos.
Pero cuán caprichoso es el destino. La semana pasada, y aprovechando mis vacaciones veraniegas, volaba desde Osaka a Hong Kong. La ocasión no planteaba dudas. Gracias a la inestimable ayuda de Alan, me planté en la puerta de embarque para recoger mi tesoro. Allí estaban dos agradables azafatas para entregármelo; no sin antes descojonarse, supongo que preguntándose qué hacía transportando un jamón español en cuarentena desde Japón a China. Una de ellas se encargó de inmortalizar el esperado reencuentro.
Ahora "sólo" quedaba pasar la aduana china. En mi afán por no parar de cagarla, nos dimos cuenta de que la paletilla no cabía en ninguna de las maletas que llevábamos. No quedaba otra que pasarlo de la siguiente (y ridícula) manera:
Con una gorra tapando la parte superior de la pata, me crucé las aduana de Hong Kong primero, y de Macau después, ante la atenta mirada de los policías de frontera.
¡Habíamos llegado! Sólo quedaba montar el chiringuito en la habitación del hotel y disfrutar por fin del ansiado pernil.
Tan sólo 24 horas más tarde, esto es lo quedó de él. Lástima de caldo perdido.
¡Un abrazo!
Pero este país siempre late diferente. Me daban la posibilidad de guardármelo hasta que volviera a volar desde ese aeropuerto de vuelta a España o a un tercer país. Para mi sorpresa, podía elegir la temperatura a la que sería almacenado. Con mucha pena, elegí 4 fríos grados, y me despedí de mi amigo ibérico sin muchas esperanzas de que volviéramos a encontrarnos.
Pero cuán caprichoso es el destino. La semana pasada, y aprovechando mis vacaciones veraniegas, volaba desde Osaka a Hong Kong. La ocasión no planteaba dudas. Gracias a la inestimable ayuda de Alan, me planté en la puerta de embarque para recoger mi tesoro. Allí estaban dos agradables azafatas para entregármelo; no sin antes descojonarse, supongo que preguntándose qué hacía transportando un jamón español en cuarentena desde Japón a China. Una de ellas se encargó de inmortalizar el esperado reencuentro.
Ahora "sólo" quedaba pasar la aduana china. En mi afán por no parar de cagarla, nos dimos cuenta de que la paletilla no cabía en ninguna de las maletas que llevábamos. No quedaba otra que pasarlo de la siguiente (y ridícula) manera:
Con una gorra tapando la parte superior de la pata, me crucé las aduana de Hong Kong primero, y de Macau después, ante la atenta mirada de los policías de frontera.
¡Habíamos llegado! Sólo quedaba montar el chiringuito en la habitación del hotel y disfrutar por fin del ansiado pernil.
Tan sólo 24 horas más tarde, esto es lo quedó de él. Lástima de caldo perdido.
¡Un abrazo!