miércoles, 30 de enero de 2013

RIO DE JANEIRO (O COMO PASAR UNA VIDA EN LA PLAYA)

Aterrizaba mi vuelo, procedente de Dubai, en el aeropuerto internacional Galeao-Antonio Carlos cinco minutos antes de las cuatro de la tarde. Atrás quedaban cuarenta horas entre aviones y terminales agotadoras, pero eso no era excusa suficiente para no empezar desde ya a comprobar de primera mano por qué este país y sus habitantes son tan populares en todo el mundo. Treinta y cinco grados de temperatura me pegaban de sopetón en la cara para despertarme del frío invierno japonés que aún dormitaba tímidamente en mi cuerpo. Este año me olvidaría de pasar esas vacaciones de esquí en Sierra Nevada de antaño. Pero yo venía preparado con mis chanclas en el equipaje de mano, que por supuesto ya tenía calzadas cuando le indicaba al taxista la dirección de mi hostal cerca de la playa de Copacabana. 

"¡Lléveme rápido aquí!", le señalé nervioso. La enigmática ciudad de Río de Janeiro me esperaba bajo un sol radiante.


Montado en el taxi aquellas palabras de mi amiga Bruna resonaban en mi cabeza sin cesar: "de camino al hostal iréis por una autovía que pasa cerca de una favela. Ponte la mochila entre las piernas, echa los cerrojos y reza, porque a veces los chavales asaltan los coches". En cada sitio cargan con lo suyo, y en esta ciudad hay que tener cuidado, sin exageraciones ni tremendismos, pero cuidadín del bueno.

Nada malo me pasó en mis tres días allí.

Las prisas que yo tenía en aquel momento, no eran más que causa que de mi idea de tocar playa brasileira esa misma tarde. Al fin y al cabo mi alojamiento estaba separado sólo unos metros de Copacabana...ese mítico nombre...esa mítica costa con olor a samba. Y la cosa salió bien, en menos de una hora estaba bañador en ristre, toalla al hombro y con una sonrisa de niño pequeño camino a mi encuentro con la arena.


Tumbado y cerveza en mano, comprada en una de las numerosas barracas afincadas en la misma orilla, era hora de tomarse un respiro y observar. Y como muchos os estaréis ya imaginando, sí, hay mucho que mirar en las playas brasileñas. Pero mucho mucho. Cuerpos de infarto (otros no tanto) y trajes de baño que de mínimos que eran, no merecerían ser llamados así. Pero el espectáculo estaba más lejos de eso; lo que me dejó mudo era la cantidad de gente que había en un día laborable. Brasileños por todos lados bailando al son de la música, charlando pausadamente, o jugando al fútbol-playa, pero siempre dejando fluir la vida sin aparentes preocupaciones, como en una gran fiesta pero a un ritmo deliciosamente calmado.










El fin de semana fue una constante de repartir el tiempo entre visitas a la ciudad y las dos playas más importantes: Copacabana e Ipanema. Aunque para mí la segunda tiene mejor ambiente, más carácter y un punto de encanto peculiar, ya que resultaba cuanto menos impactante poder observar como las favelas escalan las montañas colindantes, a muy pocos pasos de los bañistas (ver foto 5 y 6).

Ni mucho menos ir a la playa de domingueo. Ni nadar por deporte, ni darse un baño ni hacer castillos de arena con los niños. Es una filosofía de barro propia, hecha con agua salada y arena. Vivir bajo el sol con una marcha de velocidad menos, con fútbol y samba por todos los rincones.

Qué bonito oiga.


lunes, 28 de enero de 2013

RESTAURANTE EL CALLEJÓN

Menudas ganas de escribir por fin esta entrada, porque ya no había perdón de Dios que me disculpara el no haberos hablado antes de este rincón gastronómico albaceteño. Muchas veces han sido las que me he tomado una caña con jamoncito ibérico con el gran Manu en la barra un sábado a mediodía, y otras tantas las que me atreví a pasar a sus salones a darme un homenaje digno de grandes días de fiesta. Pero entre pitos y flautas nunca me había parado a hacer unas fotos y hablar de ello con calma. Se ha terminado pero ya ese asunto. En mi última visita a mi tierra, allí que me fui con mi hermana Llanos para ponernos al día y disfrutar juntos de una buena cena en plena Feria de Albacete.


Allí nos sentamos dispuestos a dejarnos sorprender, cuando la primera sorpresa la daríamos nosotros al decidir que, un día es un día, y nos íbamos a decidir por acompañar la cena con un maridaje de vinos. Para tantos buenos vinos como nos esperaban se hacía necesario un buen puñado de platos. Y con esas premisas comenzó el festín, que iniciamos con una pequeña ensalada de sardina y una copichuela de Manzanilla. Guiño a la gastronomía japonesa al combinar la sardina cruda con un queso manchego suave. Rica y original la tapa, la manzanilla Solear simplemente correcta.

Sardina marinada con aceite de clorofila, queso manchego y crujiente de maíz


La guerra no había hecho más que comenzar, y la siguiente batalla venía con el nombre de Miguelito de Atún. Para los que no lo sepáis, el Miguelito es el dulce albaceteño más famoso, y está hecho de un hojaldre muy fino y crema pastelera. Pues bien, esta tapa se asemejaba al aspecto del dulce, pero prometía atún sustituyendo a la crema. Al probarlo lo encontré muy bueno, pero se me escapaba algo, y fue cuando me explicaron que realmente el relleno, aunque parecía pescado, era lomo de orza, pero tan suavemente cocinado que podía confundirse con atún. Buen truco gustativo que se hizo más interesante aún por tomarlo con el que para mi gusto fue el mejor vino blanco de la noche: Ercavio 2011.

Milhojas de atún con salsa americana

A esas alturas de la velada el sommelier ya había dado sobrada muestra de sus buenas artes y nos tenía en el bolsillo. Y cuidado, porque mi hermana es dura en esas lides, pero es que el señor no podía ser más majo. Llegados a ese punto de confianza, no resultó complicado establecer una comunicación sincera con él, para decirle que las bolitas de queso con pisto que comimos a continuación estaban bien, pero no alcanzaban el nivel culinario que habían establecido los dos anteriores platos. Esta vez el Ercavio rosado 2011 para acompañarlo tampoco pudo hacer nada para convencernos.

Bolitas de queso con pisto manchego

Volvíamos al buen camino con el primer sorbo del siguiente vino, Viña Jaraba Crianza 2008, el mejor de la noche sin duda, y con el que cambiábamos al tinto para hacerle frente a un paté de caza robusto elaborado con perdiz, pollo y conejo. Bien el cambio de ritmo, brutal la copa de vino y sólo correcto el pan casero que acompañaba al plato. Teníamos que empezar a guardar fuerzas si queríamos llegar vivos al final de semejante pitanza.


Paté de caza

Cuando parecía que el tinto había venido para quedarse, una nueva vuelta de tuerca de nuestro maestro de ceremonias nos transportó hasta las Rias Baixas para deleitarnos con un clásico de los blancos: el Albariño (Pazo San Mauro). Una apuesta segura que acompañó a un bacalao en su purrusalda muy suave, pero con carácter, y que cumplía con la obligada presencia del pescado en cualquier cena que se precie.

Bacalao en su purrusalda

Y así llegamos al final, con una carne, como mandan los canones. Y para mí, que soy una fanático del foie, fue un placer ver aparecer un montadito de solomillo coronado con esa maravilla de la gastronomía. Tierna la carne, sublime el foie y le doy mi pero de nuevo al pan tostado, que debería haber sido un poquito más ligero. Esta vez nos sirvió de compañero un vino tinto del famoso Jorge Ordoñez: Volver 2010. Nos gustó mucho también y tuvimos que acordar por unanimidad que los tintos habían sido lo mejor de la noche.

Montado de solomillo con foie


Con todo lo recorrido, imaginaréis que a estas alturas del partido andábamos ya para las últimas. Sastisfechos y no poco contentos por todos los buenos vinos que no habíamos bebido, aún nos atrevimos con el postre y el café. Qué demonios. Y con una copita de vino dulce Victoria 2, también de Jorge Ordoñez, y que fue otro gran descubrimiento.

Menudas risas nos traíamos ya.

Milhoja con compota de manzana y crema inglesa

El Callejón está ambientado y decorado como un auténtico museo taurino, muy curioso incluso si, como yo, no sois aficionados. La relación calidad-precio es muy aceptable, por una cena de este tipo calculad unos 40 euros por persona, cantidad más que razonable para un festival de este calibre. Un lugar de paso obligado para los amantes de la buena cocina que pasen por Albacete, que como todos sabéis (y si no ya os lo cuento yo), es tierra de obligada visita al menos una vez en la vida. Un sitio que tenía que estar en Los Restaurantes del Tío Chiqui. Esto es así.

Que igual os parece que no pero, todo el que va Albacete, acaba volviendo.

¡Un abrazo y buena semana a todos!