martes, 15 de mayo de 2012

LA ISLA DE PHU QUOC (1), VIAJE A VIETNAM

Aterrizar en el pequeño aeropuerto de Sân bay había sido como transportarnos hacia el verano en un rápido  viaje en el tiempo. Con una sola pista para aviones de hélice este recinto recibe unos pocos vuelos diarios de las compañias Vietnam Airlines y Air Mekong. La entrada al archipiélago fue espectacular; un sol radiante iluminaba las transparentes aguas y dejaba al descubierto el tupido bosque que cubre el interior de la isla.


Prácticamente a pie de pista nos esperaba un empleado del hotel donde nos alojaríamos durante los siguientes cuatro días. La mayoría de los alojamientos de Phu Quoc se encuentran en la playa denominada Long Beach en la zona este de la isla. En el resto de playas, mucho menos concurridas, también se pueden encontrar algunos resorts de cierto lujo, pero es en Long Beach donde la oferta es más amplia y se pueden encontrar opciones para todos los bolsillos. Desde luego no es la playa más bonita, pero es bastante tranquila y nosostros lo elegimos como base para explorar el resto de la isla en moto.


En el aeropuerto tuvimos la sorpresa de conocer a Diego, un joven arquitecto español trabajando en Pekín que se uniría a nuestra expedición durante las siguientes dos jornadas. Con el equipaje en la cabaña y el bañador y las chanclas en ristre había llegado el momento de tomarle el pulso a la isla. Lo primero fue orientarnos para saber dónde y cómo encontrar las cosas. Algo que no resulta difícil ya que es un lugar muy pequeño. En una hora ya teníamos motos alquiladas, el buceo del día siguiente apalabrado y las indicaciones de un simpático gabacho para llegar a una de las playas del norte. Y allí que nos fuimos.


Subiendo por la carretera que lleva hacia el norte encontramos la playa entrando por el camino a la izquierda que indicaba Chen Sea Resort. Parecería lógico que en estos momentos habláramos de arena y olas, pero sin saberlo algo nos iba a impedir disfrutar de aquella playa de la forma habitual. Resulta que dimos con el sitio en festivo nacional, lo que se traducía en un paraje lleno de familias muy numerosas vietnamitas comiendo, bebiendo y cantando alrededor de algunas guitarras. Nuestra entrada a la playa fue crítica; de repente teníamos a cientos de curiosos mirando cómo cuatro extranjeros hacían una incursión hacia el agua. Siendo los únicos guiris presentes decidimos mimetizarnos con el ambiente. Mientras Diego y Guille iban al bar a comprar unas cervezas, un simpático señor empezó a chillarme desde lejos: "My friend! My friend!" (luego descubrí que era todo lo que sabía decir en inglés) y a hacerme gestos para que me acercara.

Aquí my friend.

Me invitaron a sentarme con ellos al tiempo que me ofrecían un vaso de cerveza (que compartían entre todos) y unas frutas que nunca supe bien que eran. Y eso que me debieron repetir el nombre como 36 veces. Después de unos segundos de duda Nerea se unió a nosotros. Era comprensible su actitud, los hombres eran los únicos que estaban bebiendo en aquella playa, mientras las mujeres y niños formban un corro aparte y jugaban a las cartas. La fiesta había empezado y ya nadie conseguiría pararla.




Como decía antes sólo había un vaso y un cubo lleno de cerveza del país con hielos. No de botes de cerveza en hielo, sino de zumo de cebada con cubitos de hielo flotando. Rudimentaria pero eficiente manera de enfriarla. Pues además de el por entonces ya mítico my friend, estos personajes se encaraban contigo con el vaso común entre ambos y te espetaban "fifty percent, fifty percent!", es decir, que te enchufaras medio vaso que del otro medio ya daba cuenta él.

Nerea en pleno cara a cara



Y así sin planearlo pasaron las horas y disfrutamos de un fantástico e inesperado día con gente local "en familia". Y con las mismas llegó el momento de despedirnos y dar las gracias por el buen rato pasado. Es seguro que hubiera sido mejor si hubiéramos tenido un idioma común, pero eso no impidió que de cierta manera estableciéramos una vía de comunicación imposible que nos llevó a todos a disfrutar de la experiencia y nos permitió conocer un poquito al pueblo vietnamita.



 
 ¡Muchas gracias my friends!  

*Las fotos de este post son las primeras que hago con la cámara (Nikkon D40) que he heredado del gran Ikusuki.

domingo, 13 de mayo de 2012

LA PERDÍ EN VIETNAM

Eran poco más de las siete de la mañana cuando el coronel me comunicó con un pequeño gesto nervioso que por fin habíamos alcanzado nuestro destino. Era la primera vez en muchos años que lo veía vacilar. El silencio en el pequeño bote acorazado era absoluto, tanto que podía oirse hasta la última gota de agua salada chocando contra el casco. En unos minutos desembarcaríamos en la delgada franja de mar que separa Vietnam de Camboya y sabíamos con certeza que no serían buenos amigos los que nos estarían esperando detras de la frondosa vegetación de aquella preciosa playa. El recluta de mi lado rezaba algo indescifrable mientras su fusil temblaba como sujetado por un niño. Pero esto ya no era ningún juego, las bromas se habían acabado. Había llegado el momento para el que nos habían preparado durante meses en el sucio y apestoso acuartelamiento de Texas. Al grito del coronel nos lanzamos por ambos lados de la barcaza con más fe que confianza en nuestra dudosa cruzada hacia la libertad.

Ni siquiera sabía qué demonios estaba haciendo yo allí.



*La versión del coronel aquí.