domingo, 21 de julio de 2013

DESPERTANDO DE UNA NOCHE DE VERANO

Otra vez lunes. Menos mal que en este caso ya parece que empiezo a escapar del tedioso doble letargo al que me arrastraron las vacaciones en España y la descompensación horaria...la disritmia circadiana...el síndrome de los husos horarios, vamos, lo que se conoce en Cuenca y alrededores como jet lag. De lo segundo uno se recupera en un par de par de días. Pero lo primero, eso maldito primero, queda marcado a fuego como una impronta de arena y sal, de recuerdos de anhelada familia, de reencuentros que se antojan irrepetibles.  


Uno de esos borrosos recuerdos comienza con una Alhambra bien fresca en el chiringuito de un pueblecito de Almería llamado San Miguel. Enclave de lujo para contemplar un pausado atardecer de julio. Pocos sitios quedan en España tan respetados como el parque nacional de Cabo de Gata, donde todavía se puede ir a la playa sin que seis arrobas de cemento te estropeen la vista y el día para que un cruel y gordo constructor pueda desayunar otra vez huevos de cóndor con bacon.




Porque Cabo de Gata está repleto de rincones y calas donde disfrutar de la costa de verdad. Cierto es que no se pueden esperar vergeles ni grandes zonas boscosas por aquí, pero señores, es que estamos en la tierra donde se han grabado decenas de películas del oeste. Y claro, habría quedado raruno un vaquero cabalgando raudo con su jamelgo por en medio de una frondosa selva.

Uno de esos lugares especiales es la Playa de los Muertos, una cala de difícil acceso (unos veinte minutos a pie con duras cuestas) donde decidimos pasar un día playero, y que nos serviría como improvisado campamento para pasar esa misma noche al abrigo de un mísero toldo que regateamos suciamente en un bazar chino. Esta vez nos olvidaríamos de hoteles. Durante el día disfrutamos de un tiempo perfecto y de un lugar idílico con playa de pequeñas piedras y aguas cristalinas. Poco más hicimos que el resto de los que allí estaban; cartas, palas, baños, cervezas y perrear tumbados en las toallas hablando de absolutamente nada.






Faro del Cabo de Gata

Playa de los Muertos

La noche ya sería otra historia bien distinta. Fuimos los únicos que nos quedamos a pernoctar, lo que hacía aquello mas especial si cabía. Montamos nuestro maltrecho techo intentando intuir el sol de la siguiente mañana y preparamos algo para comer y beber mientras la noche ya se nos echaba encima. 

Aquello era una noche de verano de las de manual.

De repente, empezaron a oírse algunos truenos, y pequeños relámpagos asomaban tras la sierra de Mojácar. Poca cosa. Que se convirtió pronto en mucha cosa con una enorme tormenta eléctrica. Espectáculo improvisado que contemplamos sentados en fila hacia las montañas, donde cientos de rayos caían a unos kilómetros de distancia, amenazando con acercarse donde nosotros estábamos, atónitos y con la única defensa de un toldo chino y cinco pares de chanclas. No pareció mejorar el asunto cuando vimos como un rayo comenzaba un incendio que no tardó en extenderse hasta dar miedo, por lo que tuvimos que llamar a emergencias para que tuvieran constancia. Sorprendentemente, la tormenta nos pasó rozando y apenas nos cayeron cuatro gotas, por lo que la anécdota quedó en una increíble noche con fuegos artificiales-naturales y un amanecer junto al mar absolutamente impagable.


¡Pasen buena semana!