Y con ellos una recua de albaceteños, propios y adoptivos, que aterrizaban en Narita este domingo por la tarde puntuales como un reloj. Quisieron las meigas que los dos aviones que cargaban con viajeros desde España y México aterrizaran exactamente en el mismo minuto.
Las 17:11 sería la nueva hora cero, el principio de todo. Nuestro gran momento había llegado.
Las 17:11 sería la nueva hora cero, el principio de todo. Nuestro gran momento había llegado.
Los nervios lógicos por los temidos problemas dieron paso a abrazos y sonrisas de bienvenida. Estaban todos por fin en tierra nipona, cansados pero sanos. Después de los pesados trámites para activar los JRpass nos montamos en el autobús y nos fuimos a disfrutar de nuestra cita con Tokio. Una hora más tarde estábamos enfente del imponente Tochomae para repartir las habitaciones en el hotel y salir disparados a cenar al barrio de Shinjuku.
Sería difícil explicaros lo que sentí al ver a todos aquellos buenos amigos descubrir en sus caras un país lejano, extraño y tan diferente. Esa primera toma de contacto con un lugar desconocido es lo que engancha definitivamente de los viajes. Una vez que lo has probado estás perdido para siempre.
Sería difícil explicaros lo que sentí al ver a todos aquellos buenos amigos descubrir en sus caras un país lejano, extraño y tan diferente. Esa primera toma de contacto con un lugar desconocido es lo que engancha definitivamente de los viajes. Una vez que lo has probado estás perdido para siempre.
Ya cenados cayeron rendidos en sus camas no sin antes darme infinidad de productos de la tierra. Pero infinidad de la buena y de la grande, aunque de esto ya hablaremos otro día con más calma. Al día siguiente saldríamos muy temprano para Nikko y debían coger las fuerzas que el jetlag les había arrebatado entre meridianos y paralelos. Por la mañana tuvimos que coger trenes y más trenes, pero lo importante es que estábamos a los pies de los increíbles templos de Nikko a la hora prevista, para que Namiki-san nos ilustrara sobre las historias que esconden aquellas montañas.
Después de una jornada dura tocaba relajación en el onsen del ryokan donde nos alojamos, y cena tradicional a la hora de la merienda. Haciendo grupo, formando una piña de las buenas, y todos ataviados con los tradicionales yukatas, pasamos una velada inolvidable entre sabores nuevos, Yuba y dulce aroma a mezcla de culturas.