Cuando uno decide cambiar su vida radicalmente, lo normal es que nada relacionado con ella quede ajeno a ese cambio. Es como mover un vaso con fuerza y pretender que sólo se agite lo que nos interese que esté dentro de éste. Imposible. Así, cuando en el ya lejano 2010 viré noventa grados rumbo nipón, y me vine a vivir a Tokio, las cosas empezaron a moverse rápidamente. Y es que en esta nueva vida todo va mucho más deprisa; las escenas se suceden al triple de velocidad de lo que lo hacían en la película de antes, la gente que toca conocer se multiplica, las experiencias se acumulan en dulces montones, esperando ser procesadas con calma cuando lleguen tiempos menos revueltos. Y eso no es algo ni bueno ni malo, y ni siquiera es algo que pueda ni quiera cambiar.
En el contrato que firmé entonces se nos quedaron algunos detalles sin concretar. Ya lo iríamos viendo por el camino, usaríamos el mítico "ya se verá" que tan bien suele funcionar. Uno de esos flecos no comentados sería el cómo se celebrarían las fiestas. Siempre he pasado las Navidades en casa, todo muy tradicional, cenas especiales en familia, amigos y todo lo que se entiende como normal en nuestra cultura. Pero hace tres años las fiestas se convirtieron en algo novedoso, que aunque al principio cuesta aceptar, luego resulta ser aire fresco que sólo trae cosas positivas.
PRIMER AÑO POST-CAMBIO: la familia Picazo desembarca en Japón. Nos pegamos un pedazo de viaje entre templos y ryokanes, cenamos sushi y sashimi en Nochebuena y Nochevieja, y discutimos en yukata cada cinco minutos. Fue increíble enseñarles mi nuevo hogar.
SEGUNDO AÑO POST-CAMBIO: la beca que disfruto en Japón no me permite volver a mi país durante un año. Mi jefe, gran persona a la que admiro por su capacidad de trabajo y por su humanidad, se las arregla para mandarme a Alicante de congreso para que pueda visitar a mi familia. Me lo dicen a última hora y yo decido no decir nada en casa y plantarme allí por sorpresa. Ésto fue lo que sucedió.
TERCER AÑO POST-CAMBIO: para acabar de remover a mi sosegada familia, mi hermana pequeña también decide emigrar a Argentina. Y no te creas que se fue cerca, nada menos que a Ushuaia, al conocido como Fin del Mundo, a sólo veinte mil kilómetros de Tokio. Y entre las playas de Río de Janeiro, las avenidas de Buenos Aires y las montañas de Tierra de Fuego pasamos las fiestas el año pasado, en otra experiencia difícil de olvidar por muchos motivos.
Pues bien, este 2013 como gran novedad voy a volver a la rutina. Viajo a casa para disfrutar de unas vacaciones tradicionales y en familia. Aunque como ahora ya no podemos estarnos quietos, vamos a pasar este fin de año en la preciosa isla de Lanzarote, para que no se nos olvide que lo de este año de tranquilidad es una excepción, que tenemos que ir pensando en cómo y donde daremos el primer paso de 2015. No veo el momento de bañarme en la piscina en pleno diciembre.
A vosotros, amiguetes, os deseo que lo disfrutéis con salud y humor de una u otra manera. Nos vemos el año que viene. Sed buenos.
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!