Buenas a todos. Si habéis amanecido ansiosos por ver otra entrada del tito Chiqui, lamento comunicaros que hoy me ha cedido el placer de daros la bienvenida a mi. Creo que salimos ganando con el cambio. A lo que iba, que me lio, me lio y... Si sois asiduos a
mi blog, y si no muy mal hecho, recordaréis la entrada donde os hablaba del
arte urbano del barrio de Fremont. Aparte de estas muestras públicas de cultura, Fremont también destaca por sus peculiares tiendas y a su vez por la ausencia de cadenas y franquicias. Excepto el Starbucks, que es omnipresente. Como "La Caixa" en Barcelona, que hay una en cada esquina.
Con un aroma dulce impregnando el aire, me fui a dar de bruces con la Theo Chocolate Factory, una tienda de chocolate que irremediablemente hizo que me acordara de mi amigo Nicanor. Le pierde el chocolate. Los amantes del cacao no deberían dejar pasar la oportunidad de deleitarse con las exquisiteces que dentro aguardan... vamos, creo que son exquisiteces, porque a mi particularmente no me gusta el chocolate. No, no me gusta. Ni con leche. El blanco tampoco. Eso no era chocolate, era mouse de queso. En serio.

Otra de las excentricidades de la zona es un cohete convertido a día de hoy en una especie de tótem para la comunidad. Este petardo hiperdesarrollado fue construido en 1950 para usarse en la Guerra Fría contra la URSS. Al final, una serie de las ya famosas y siempre utilizadas "dificultades técnicas" convirtieron este arma de destrucción (esta no es masiva, que están todas en Irak) en una atracción turística y en un reclamo publicitario para las tiendas de alrededor. A mi buen juicio, creo que ésta sí es una buena manera de invertir el dinero destinado a investigación militar.

Y aunque el hambre apretaba, la curiosidad me puso y, guiado por una melodía que salía de unos altavoces, me metí en una
acoustic music shop, según reza la tarjeta que aún conservo. Resulta estaban en plena celebración del 25º aniversario de la tienda, con múltiples conciertos cada hora desde las 10 de la mañana hasta bien entrada la tarde.


Yo sólo me quede a ver un par de actuaciones. El tipo del arpa celta, que parece Papá Noel sin disfrazar, consiguió ponerme la piel de gallina. Fue una delicia escucharle.
Me quedé con las ganas de ver una performance de algún imitador de Kurt Cobain, pero aun me quedan muuuuchos días en Seattle. Y de tarados, está la ciudad llena. Ahora hay uno más.